jueves, 31 de enero de 2013

Andanzas del Cid Campeador - Montserrat del Amo



Montserrat del Amo, autora de la obra Andanzas del Cid Campeador, fue profesora de Lengua y Literatura, ocupación que abandonó para dedicarse de manera exclusiva a la carrera literaria. Publicó su primera obra en 1948 y una de las últimas es El nudo de 2008, considerada por los críticos una de sus obras más relevante. Colabora con revistas y participa en cualquier tipo de evento literario, organizando talleres de animación a la lectura y conferencias para niños y adultos sobre la literatura infantil y la narración oral. Montserrat del Amo es una de las más productivas autoras de LIJ, conocida y reconocida tanto a nivel nacional como a nivel internacional: cuenta con varios premios literarios, es objeto de varias tesis doctorales y estudios de investigación y muchos de sus libros han sido traducidos a distintos idiomas. 

 Andanzas del Cid Campeador, publicada con ocasión del octavo centenario de la creación del Cantar del Mio Cid (1207),  constituye una versión adaptada en prosa de la obra original, escrita en versos del castellano del siglo XIII. Las palabras utilizadas por el autor del original, evidentemente, han caído en desuso y la lengua se aleja mucho de la forma corriente  del castellano, tanto que cuesta entenderla ahora: no puede ser leída sin profundos conocimientos lingüísticos para los alumnos más jóvenes. Para ello, como explica la autora de Andanzas del Cid Campeador en la introducción: “y esa ha sido mi tarea: elegir los pasajes más importantes del Cantar y pasarlos al lenguaje actual” de modo que los jóvenes lectores actuales puedan conocer fácilmente los acontecimientos más significativos de la vida del personaje histórico Rodrigo Díaz de Vivar. Las adaptaciones de clásicos de la literatura generan un debate atemporal sobre la conveniencia de sus ediciones, es decir que presentan el dilema de si leer o no a los autores del canon tal y como aparecen o progresar en etapas escolares tempranas hacia su conocimiento mediante las adaptaciones. Resulta evidente que las versiones originales, debido a las dificultades de comprensión que presentan tanto el vocabulario, el contexto histórico o los personajes, solo pueden ser disfrutadas por alumnos del segundo ciclo de la ESO o Bachillerato.

La edición publicada por la editorial madrileña Bruño, además de una edificante presentación de la obra y de la autora a través del prólogo de Hugo O’Donnell incluye, en la parte final, el taller de lectura de la obra, con actividades lúdicas de comprensión lectora muy valiosas a nivel didáctico para ahondar en los personajes, en el contexto histórico, en el vocabulario, etc. y para proponer actividades de elaboración personal de la obra y no puramente memorística, fomentando la competencia escritora (escribir un artículo periodístico, imitar los versos de los juglares y muchas más). Por todo esto, creo que la obra podría ser presentada en primero de la ESO, etapa en la que encajaría perfectamente con el nivel de madurez de los alumnos, sin correr el riesgo de resultar poco producente.

Nada más empezar la lectura del primero de los XIV capítulos notamos una particularidad que nos sorprende: cada capítulo está encabezado por un fragmento, adaptado al castellano actual, en verso, del original, como explicación y puesta en escena de ellos. De modo que el lector intuye que lo que va a leer es una novela tomada de un texto en verso. El primer capítulo presenta una novedad con respecto a la obra del 1207: la autora quiso imaginar cómo sería Rodrigo Díaz de Vivar de niño, describiéndolo como un muchacho alegre rodeado ya por sus futuros amigos inseparables: Pedro Bermúdez, Álvar Fáñez y Martín Antolínez; un joven que desprecia las burlas de los infantes de Carrión y sus compinches, que está enamorado de Jimena y que afronta con valor el peligro, enfrentándose al toro que escapó, anticipando sus futuras hazañas. En el capítulo siguiente, en cambio, la autora buscó en el Romancero del Cid el relato de los primeros años de la vida de don Rodrigo para suplir la primera hoja que falta al manuscrito original. En esta parte destaca la cristiandad de nuestro héroe, que decide emprender el camino de Santiago de Compostela, durante el cual encuentra a un leproso, con quien demuestra tener un grande espíritu de caridad, bondad y hermandad: le da de comer, lo sube a su caballo e incluso duerme a su lado compartiendo su manta con él. Su bondad se ve premiada, ya que el leproso, que se revela ser San Lázaro, le da las gracias por su actitud y añade que: “Dios te envía su bendición (…). Y te anuncia por mi boca que saldrás siempre victorioso de todas tus empresas, tanto en la paz como en la guerra. Serás temido y respetado por todos, en tierras de cristianos o de moros. Tus hijas se casarán con reyes y ganarás batallas después de muerto. Las malas lenguas de los envidiosos no podrán contigo; tu honor quedará limpio a pesar de las calumnias y tu nombre brillará para siempre” (pág.33). Efectivamente, veremos como, en sus hazañas, se cumple dicha predicción.

En principio, parece que la vida de Rodrigo en la corte transcurra felizmente: se casa con Jimena, como vemos en el capítulo tres, borrando de esta manera viejos odios familiares entre las dos casas; tienen dos hijas, Sol y Elvira, pero la muerte del Rey y la consiguiente subdivisión entre los hijos de sus posesiones genera discordia entre los hermanos, acentuada por la muerte de uno de ellos, Sancho, cuyo reinado pasa al mayor, Alfonso VI. En la corte, los nobles murmuran que el asesinato ha sido llevado a cabo por este, pero Rodrigo es el único que se atreve a pedirle que jure solemnemente su inocencia. Alfonso VI, muy irritado, decide expulsarlo. La injusticia del destierro le obliga a abandonar a su familia, su casa y sus posesiones, y a lanzarse a la aventura de reconquistar tierras de moros, para poder, a través de victorias, restablecer su honor. Al leer esta historia, pues, se comprende que si se acepta el fracaso y se intenta dominarlo con coraje y sin desatender tus propios principios, esto puede convertirse en el primer paso para conseguir el verdadero éxito, como le ocurrió a Rodrigo.

Montserrat del Amo hace de la obra original una novela de aventuras, en la que Rodrigo demuestra todo su valor en su marcha hacia tierra de moros: “La fama del Cid Campeador se extiende por las comarcas de Albarracín y de la Alcarria. Los moros lo reciben bien, pues les conviene más tenerlo como amigo y aliado que combatirlo con las armas en la mano” (pág.90). Allí emprende varias andanzas que le proporcionan muchos beneficios, que repartirá entre los muchos vasallos y castellanos que decidieron seguirle en su destierro, prueba de su generosidad. Además también es un caballero muy clemente: nunca se trató, pues, de un guerrero sanguinario, ya que  luchaba con  lealtad respetando las costumbres de la época, mostrando todo su valor en las batallas y piedad con los vencidos, actuando siempre con honradez y justicia. El Cid  prefería pactar con los enemigos, a los que nunca vendió como esclavos, ni menos aún mató: “concederé la libertad a los prisioneros que prometan servirme fielmente. No quiero venderlos como esclavos, y matándolos no ganaría nada.” (pág.88) Además: “El Cid recompensa generosamente por su lealtad incluso a los moros” (pág.103). Después de tres años de guerra consigue conquistar Valencia, victoria que le permite reconciliarse con el Rey Alfonso VI, a quien había seguido enviando varios regalos como signo de su lealtad. El Rey, finalmente satisfecho, atiende a sus plegarias: acepta que la familia del Cid se reúna con él en Valencia. Como Rodrigo, además de valiente caballero, está enamorado de su familia “El Cid campeador estrecha a las tres en un mismo abrazo, sin disimular las lágrimas de alegría que brotan de sus ojos y resbalan por su larga y hermosa barba. –¡Jimena, Elvira, Sol! Vosotros sois lo que más amo en el mundo” (pág.136). Esto origina la envidia de los Infantes de Carrión, quien planean casarse con las hijas del Cid para conseguir riquezas. El Cid no está de acuerdo pero para demonstrar su lealtad al Rey acepta la propuesta. Los infantes de Carrión se instalan en Valencia para conocer mejor a sus novias. Esta parte resulta divertida para los lectores, ya que los dos demuestran toda su cobardía y avaricia como por ejemplo en la batalla contra El rey Bucar de Marruecos, en la que se esconden. El Cid, sin darse cuenta de lo que ha ocurrido, les felicita y les premia, y estos no solamente aceptan el botín que no se merecían, sino que no hacen ningún regalo a sus novias. Los amigos del Cid saben la verdad, pero: “no le contaremos la verdad al Cid para no amargarle la victoria” (pág.165). Para evitar las burlas, los infantes deciden abandonar Valencia aduciendo que van a visitar sus tierras y deciden llevarse las hijas del Cid para vengarse de él: en un bosque las pegan hasta que casi las matan y las abandonan. El Cid pide justicia al Rey “que los castiguéis por follones, para que todos reconozcan públicamente la honra que han querido quitarnos” (pág.181), quien convoca las cortes en Toledo, donde los infantes de Carrión serán condenados a batirse en duelo contra los hombres del Cid, que finalmente ganan. La novela acaba con el anuncio de las bodas de las hijas del Cid con lo los herederos de los reyes de Navarra y de Aragón.

Al final la novela nos muestra los más importantes valores tradicionales: el bueno y valiente que lucha ante la adversidad, sin olvidarse de sus ideales, que le guían siempre en sus andanzas a pesar de sufrir persecuciones y envidias. En pocas palabras, el Cid se muestra como un intrépido capitán cristiano que triunfa en las batallas, que nunca se olvida de la lealtad hacia su familia y hacia su rey, y un compañero fiel para sus amigos. Como afirma la misma autora: “Más que una historia de buenos y malos, de vencedores y vencidos, transmite un mensaje de fe, amor, de honradez, de lealtad y de justicia, valores que el Cid campeador defendió a lo largo de toda su vida” (pág.11). Esta adaptación acerca al lector al gran personaje histórico gracias a las fuertes pinceladas de humanidad con las que la autora le retrata. Como en una buena novela de aventuras, además, enlaza sabiamente narración y diálogo de modo que logra motivar al lector para que descubra el desenlace de cada una de las peripecias del Cid.
 



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