Axel Ramírez Vitoria/ Caperucita
en Manhattan, clásico cuento infantil-juvenil de Carmen
Martín Gaite, ofrece al lector adolescente una ventana a los
problemas y temas adultos sin abandonar la magia de la etapa
infantil.
Y lo hace proponiendo un
marco de referencia más que conocido, el cuento de Caperucita
Roja de Perrault, trasladado a la exótica Nueva York, en la
que los cuentos de hadas y la magia pueden o no ser verdad, al igual
que las presunciones del niño.
Como un cuento tradicional
Martín Gaite construye
su relato empleando los recursos del cuento tradicional:
narrador omnisciente, tiempo pasado, diálogos, lenguaje sencillo y
registro coloquial, sin rastro de palabras soeces, acompañados de
descripciones prolijas en las que prima el detalle curioso y
variopinto.
Además, introduce al
joven lector a las figuras retóricas, empleando en abundancia
símiles y contadas metáforas. Además, como infinidad de cuentos,
parte del costumbrismo que muestra la realidad adulta para dar
paso a la magia infantil.
Sin embargo, la autora
comienza a integrar elementos más complejos desde el punto de
vista narrativo, como la elipsis, los flashbacks, los cambios
de puntos de vista, en los que el narrador omnisciente se centra en
sentimientos e interpretaciones de cada uno de los protagonistas.
Además, requiere de un lector atento a la constante
autorreferencia: detalles que se mencionan de pasada tienen un
papel mucho más importante en subsiguientes capítulos, y las
frecuentes alusiones a obras y dichos populares cobran un nuevo
significado a la luz de posteriores acontecimientos.
Cabe destacar la
inclusión de abundantes anglicismos, a veces traducidos de
forma más o menos exacta, otras abandonados a la libre
interpretación y consulta del lector. Con ellos Martín Gaite
ambienta el relato en esta exótica Nueva York. Éstos también
aparecen en las 13 ilustraciones obra de la misma autora que,
aunque aunque de un estilo manifiestamente amateur, no
desentonan en absoluto.
Un mundo adulto gris y sin sentido
En el relato la mayoría
de los adultos ejemplifican muchas de las características
que extrañan, aburren a y detestan los niños: se ríen
de todo, sus bromas no tienen sentido, se resignan, tienen la mirada
vacía, siempre tienen prisa, son aprensivos...
La madre
representa varias de estos vicios llevados al paroxismo: no
tiene imaginación, es hipocondríaca, suspicaz, nerviosa,
prejuiciosa, chapada a la antigua, chismosa, pesimista, triste, de
intereses reducidos, metódica hasta llegar a la obsesión,
supersticiosa, exagerada (la forma en que obliga a Sara, la
protagonista, a llevar siempre chubasquero)...
Por otro lado, los
personajes mayor edad, como la abuela, miss Lunatic y, en menor
medida, el señor Woolf, comparten o acaban compartiendo virtudes
apreciadas. La abuela siempre ha perseguido sus sueños, es
extravagante, una cantante, libre. Miss lunatic es una persona
bondadosa, mágica, no reprocha nunca nada a la protagonista, rehuye
las prohibiciones, desprecia el dinero, aconseja no mirar al pasado y
viajar de aventura en aventura. Por su parte, mister Woolf
acaba reformándose, persiguiendo sus sueños y amor.
Con ellos establece Sara
Allen una complicidad inusitada: ellos no son adultos convencionales,
representan algo extraordinario, representando intereses e ideas
infantiles. Estos personajes son vitales para el permanente conflicto
entre el mundo infantil y adulto que caracteriza la obra.
Choque de realidades
Martín Gaite presenta
diversos temas de interés al lector vertebrándolos en esta
constante oposición entre las interpretaciones y reacciones adultas
y las infantiles. Para ello se hace valer de las actitudes de
personajes adultos, especialmente de la madre, en claro contraste
con los de Sara, la abuela o miss Lunatic.
Frente a un mundo gris
y aburrido de los mayores, Sara vive en un mundo mágico,
plagado de imaginación y creatividad. Mientras los adultos se sirven
de y refugian en un muro de prohibiciones, Sara y miss Lunatic
se divierten disfrutando de la libertad, huyendo de ellas.
Exponiendo varias conductas sin sentido alguno para los niños,
Sara exhibe una lógica sencilla e inocente.
El dinero es para
unos lo más importante, a expensas de vivir. Para Sara, la abuela,
miss Lunatic y mister Woolf, cada uno a su manera, el dinero es algo
nimio, sin importancia. Los sueños rotos o inexistentes de
unos (la madre llega a temer soñar, disfrutar), los de otros son una
constante referencia y guía. La propia Nueva York encierra
dos interpretaciones diametralmente opuestas: rutinaria y sombría
para unos, mágica e inexplorada para otros.
Temas adultos
A través de este
contraste, la escritora sirve temas de interés para el joven
lector y se decanta por su propia posición. Pero progresivamente
introduce temas más adultos, como la muerte, la infidelidad,
la consideración social del amor y estado civil, el paro, la
desilusión adulta, los sin techo, el amor y, especialmente, el miedo
y la libertad.
Los adultos viven
encogidos, atemorizados por sus propios medios de comunicación y
habladurías. Prefieren encerrarse y encarcelar a sus hijos en casa.
Pese a que muchas veces se sugiere el peligro inmediato o aparente,
éste nunca se materializa. Sara, por su parte, vence sus temores
y vergüenzas, al igual que conquista la libertad tan alejada de
los mayores.
Cabe destacar que el
libro no se deshace en ningún momento de ese mundo mágico que
envuelve a Sara: ella vence sus problemas con la ayuda de seres
extraordinarios. Por lo tanto, sigue anclado en la fantasía y
evasión juvenil.
Diálogo con los cuentos
Además de tratar temas
interesantes y posicionarse del lado de los niños, “Caperucita...”
apela al lector, establece con él un juego constante con su
intertexto.
Presentando personajes claramente identificables con el cuento
original, Martín Gaite sorprende una y otra vez con las hipótesis e
inferencias que va construyendo el lector, presentando falsas pistas
(muchas de ellas, interpretaciones de adultos) para luego narrar
resultados totalmente discordantes con el cuento de Perrault.
Así, en realidad la
tarta de fresa no interesa ni a la abuela ni a Sara, y sólo es un
“MacGuffin”
para que el señor Woolf encuentre el amor. El lobo hace que Sara
tome el camino más largo, sí, pero no es con intenciones infames.
La “casa de dulces” del lobo, clara referencia a Hansel y
Gretel, no encierra peligro alguno.
Por otro lado, el cuento
presenta frecuentes referencias a otros cuentos clásicos que
ya conocerá el lector joven, ya sea por la lectura de los originales
o clásicos adaptados o por sus adaptaciones al cine y la televisión,
como Las aventuras Alicia en el país de las maravillas,
Robinson Crusoe, La isla del tesoro... Y es que la
escritora se recrea en la afición a la lectura. A través de
la constante referencia, las citas y fragmentos, la escritora
introduce al joven lector a diversas obras e interpretaciones.
Los distintos personajes
que presentan cualidades positivas, como la propia Sara, miss Lunatic
o incluso el bueno de Greg Monroe, el “hermano mayor” y empleado
de Woolf, manifiestan su pasión por la lectura, presentándola
como una gran cualidad. Además, para la protagonista dibujar
es lo mismo que escribir. Otros personajes como el padre y los
niños aburridos por un lado y la madre por otro, sólo ven la
televisión y les cuesta horrores escribir.
Un libro asequible
Caperucita en
Manhattan juega
con los conocimientos previos del lector adolescente, actualizándolos
e incluyendo temas y lugares de interés cada vez más adultos,
poniéndose del lado del lector, facilitando su identificación con
la soñadora protagonista. Y todo con un léxico sencillo y
abundantes descripciones cargadas de símiles que apelan a la
imaginación. Amén de resultar atractivo, permite al docente
trabajar la interpretación, la comparación textual, abordar temas
más maduros y las diferentes perspectivas de los personajes.
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