miércoles, 30 de enero de 2013

La piel de la memoria



Esclavos del silencio

Kalil Mtube era un niño como cualquier otro. Había nacido en un continente desdichado y en un país aún más pobre: Malí, en el seno de una aldea que ni tan siquiera figuraba en los mapas: Mubalébala; sin embargo, y a pesar de las circunstancias, Kalil era feliz, feliz porque tenía a sus padres, a sus hermanos y porque en su pequeño mundo, el único que había podido conocer, la gente había aprendido a vivir, como él, de las pequeñas cosas.

Pero los sueños y sobre todo las esperanzas, no conocen geografías, porque residen en el corazón de las personas. Y eso le sucedía al pequeño Kalil, quien solía imaginarse a sí mismo en un futuro como una persona formada, que hubiese aprendido muchas cosas y con un buen trabajo. En definitiva, nada que no desease cualquier persona, sólo que en su caso esa era una ambición que difícilmente podría despojarse algún día del disfraz de la utopía.

Todo empezó a desmoronarse en la vida de Kalil el día en que perdió a su madre: Kebila Yasee, quien le había dado tanto cariño y le había enseñado tantas cosas de la vida. El padre se quedó entonces al cuidado de Kalil y de sus ocho hermanos, pero el sustento familiar no alcanzaba para todos y la situación empezó a ser cada vez más insostenible, hasta que el cabeza de familia decidió tomar una drástica decisión que marcaría para siempre el camino de Kalil.

Era una mañana cualquiera en el pequeño poblado de Mubalébala, y aunque era soleada, algo le decía a Kalil que la oscuridad no tardaría en cernirse sobre él. Su padre mantenía una conversación acalorada con un señor al que Kalil nunca antes había visto. Kalil no entendía apenas nada, simplemente pudo deducir que estaban negociando un precio, pero lo que no sabía es que en realidad estaban hablando de él. Todo transcurrió muy rápido y antes de que pudiera darse cuenta, su inocencia estaba siendo arrastrada a trompicones por la tierra árida sobre la que tantas veces había corrido y jugado. Se desprendió así de la mano de su padre, quien le había vendido con la esperanza de que pudiera encontrar un futuro mejor, y ahora su vida, su libertad estaba en aquellas manos enemigas, cargadas de odio e incomprensión.

Así comienza el desgarrador testimonio de Kalil Mtube, la historia real de un niño al que la vida privó sin miramientos de todo aquello que un día le había hecho feliz, arrastrándole a una carrera sin fin por la supervivencia. Jordi Sierra i Fabra vuelve a sorprender, aunque esta vez con mayor fuerza si cabe, con esta obra de emotivo título: La piel de la memoria.

Durante sus treinta años viajando por el mundo, este autor catalán, tal y como se recoge en el prólogo de esta novela, tuvo la oportunidad de conocer a niños protagonistas de crudas y conmovedoras vivencias. Kalil Mtube fue uno de esos niños a los que la suerte no acompañó; tras ser vendido por su padre, algo que él nunca pudo entender aunque sí llegó a perdonarle, fue conducido hasta una plantación de cacao en Costa de Marfil. Allí pasó dos años de su vida marcados por el horror que infundía el propietario de aquellas tierras: Manu Sibango, quien se limitaba a explotar a todos los niños que habían llegado hasta allí enviados por sus familias con la ilusión de que algún día, tras recaudar algo de dinero, pudieran tener una vida mejor.

Kalil, a pesar de su tierna ignorancia, propia de un niño de once años, sabía que aquello no era justo y que tanto él, como todos los demás niños de aquel agónico lugar, merecían algo mucho mejor, pues al fin y al cabo no habían hecho nada malo para estar allí. Cada día que pasaba era para Kalil una condena y sólo le mantenía vivo sus ganas de escapar, de huir para regresar a su tierra, junto a sus hermanos y poder volver a ser feliz como un día lo había sido.

Nadie reía en aquel ominoso lugar, nadie se quejaba, todo era gris, triste, cada día era igual de duro que el anterior, y las esperanzas de que algún día todo cambiase se habían evaporado con el devenir del tiempo; pero entonces, como un sueño inesperado, llegó ella: Naya. Kalil había escuchado hablar del amor en muchas ocasiones, pero no supo lo que era en realidad hasta que la contempló por primera vez. No tardaron en hacerse amigos, sentían una conexión mágica que les ayudaba a sobrellevar mejor su compleja situación. En cuanto Kalil la vio, supo que Naya sería especial para él el resto de su vida. Y la salvó de su relación con un hombre que tras saber que se había quedado embarazada, la abandonó.

Kalil había encontrado un motivo para continuar adelante, para luchar e incluso para albergar la posibilidad de poder hallar la felicidad aun esas circunstancias; pero desafortunadamente, las cosas se torcieron y Kalil supo entonces que tenía que marcharse de aquel lugar.

Nadie se atrevía a desafiar las normas del vil y despiadado Manu Sibango, pero Kalil lo tenía claro, sabía que tenía que escapar de allí para siempre. Su experiencia le había hecho fuerte y sabía que su madre estaba con él y le guiaba; no sería fácil, pero al menos tenía que intentarlo y así lo hizo…

Resulta extraño pensar que esta historia pueda haber ocurrido en pleno siglo XXI, donde hablar de esclavitud es hablar de una lacra del pasado más remoto, a la que teóricamente un día se consiguió poner fin; sin embargo, no es así. La piel de la memoria es el testigo vivo de una de las muchas, infinitas voces que tuvieron que vivir en silencio ese calvario y de todas aquellas que siguen sufriéndolo hoy.

La piel de la memoria es un canto a la vida, a la verdadera amistad, al amor; pero sobre todo es una historia para reflexionar, llena de valores y con un mensaje claro: amar la vida. A través de un lenguaje sencillo y accesible, el mismo protagonista Kalil Mtube es quien va narrando en primera persona cada paso, cada detalle de su truculenta experiencia, y lo hace con tal naturalidad, que consigue transportar al lector a cada uno de los escenarios de su historia. Sus ojos, los ojos del pequeño Kalil se convierten desde el principio en los ojos de aquel que está siguiendo el relato, y de esta manera consigue que el lector se emocione, se conmueva, se entristezca con él, logrando la plena identificación, en definitiva, una perfecta empatía.

Una historia para pensar, para soñar, para aprender a valorar el verdadero sentido de la vida, para hacernos ver la inmensidad que se esconde en las cosas más pequeñas, una historia para emocionarnos, para hacernos crecer como seres humanos; en definitiva, una historia que nos ayudará a querer ser mejores personas cada día. Así es La piel de la memoria… una memoria, que como cuenta el sabio del poblado de Kalil, Mayele Kunasse, está nutrida y seguirá nutriéndose por todo lo que vamos recogiendo en cada escalón de la vida, para así formar las capas de la misma, su curtida piel.

AIDA PASTOR BENEYTO

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