jueves, 31 de enero de 2013

EL HOMBRECITO VESTIDO DE GRIS Y OTROS CUENTOS


Título: El hombrecito vestido de gris y otros cuentos
Autor: Fernando Alonso
Ediciones Alfaguara
Ilustraciones de Ulises Wensell
Premio Lazarillo 1977





En este pequeño libro encontramos ocho cuentos. El que da título y aparece el primero es El hombrecito vestido de gris. Se trata de un hombre al que le encanta cantar pero en su trabajo no le dejan, ni en la cafetería y tampoco sus vecinos. Un día decide fingir un dolor de muelas eterno y con un pañuelo en la cabeza deja de cantar, ahogando así su impulso por hacer lo que más desea, cantar. Este hombre siempre hace lo mismo y siempre viste de gris. Es el primer final, pero Fernando Alonos propone otro final final en el que el hombrecito es descubierto por un director de orquesta que le ofrece cantar en el teatro. Todos los que despreciaban al hombrecito por cantar, ahora hacen cola para oírlo en el teatro.

El barco de plomo. Este cuento nos narra la historia de un barco de plomo que no encontraba su lugar en el mundo. En la bañera se hundía, estar de adorno no le gustaba hasta que un día el hijo del hombre que lo había fabricado, jugando con él y con un coche lo rompe. El barco cae al suelo y se hace un agujero pero por fin llega a su lugar: el acuario. Allí puede estar en el agua y vivir con los peces. 

Los árboles de piedra. “Había una vez un curioso mundo, un mundo curioso y extraño”. Así es como comienza este cuento y es que este mundo era de piedra, todo absolutamente todo estaba fabricado de piedra. Un día los niños pidieron árboles para sus parques y tres jóvenes fueron en busca de ellos. El primero, al cabo de un mes, trajo un pino pero el árbol murió. El segundo llegó dos meses después con un cactus que también murió. El tercer joven, tres meses después, llegó sin nada pero había encontrado corales. Necesitaba que todos lo acompañaran y fueron a por los corales para ponerlos en su mundo de piedra.  “Y, con la ayuda de los peces martillo y los peces sierra, cortaron árboles de coral, aquellos árboles hechos a la medida de su mundo de piedra” (pág. 38).

El viejo reloj. En este cuento nos encontramos con el viejo reloj  abandonado en el desván. Era del  abuelo y cuando murió lo subieron allí. Ramón, su nieto, lo encontró allí pero no había conocido a su abuelo. Lo reparó pero los números no estaban y tenía que ir a buscarlos: “De pronto, su cara se llenó de sonrisa: ¡Sabía dónde podían estar los números!” (pág. 44). Cada número tenía un oficio nuevo, el uno trabajaba de arpón con el pescador, el dos de pato en una caseta de feria, el tres era la gaviota de un cuadro del museo, y así cada número tenía un trabajo. Ramón comprendió  que los números habían crecido y se habían transformado para adaptarse a su nueva vida así que decidió pitar él los números en el viejo reloj y llevarlo a su habitación. 

El barco en la botella. Los mundos encerrados en botellas no sirven para nada y por eso decidieron escaparse de sus botellas y poder comenzar una vida nueva, sincera y libre. El barco vivía feliz encerrado en su botella porque pensaba que allí estaba todo encerrado, todo el mundo. No tardaría mucho en darse cuenta de que aquel mundo que creía real, era artificial.

El guardián de la torre. En un barrio de la ciudad han construido una torres que destaca entre el resto de edificios. Todos los habitantes estaban orgullosos y felices por aquella construcción pero un día apareció un hombre que se asomaba por el balcón y que parecía grande y poderoso. Todos vivían atemorizados, pagaban tributos y “lamentaron haber construido la torre” (pág. 67). No podían aguantar aquella situación: “como la torre dominaba todo el barrio, él miraba a los vecinos con gesto dominante” (pág. 67).  Todos se olvidaron de la torre y empezó a envejecer, los ladrillos se fueron desmoronando hasta convertirse en un montón de escombros. Fue entonces cuando “el destructor de los sueños de todo el barrio se perdió a lo lejos” (pág. 69). Los ciudadanos construyeron un edificio de una sola planta, “de esta forma, ninguna persona podría mirar desde arriba a nadie”. (pág. 71). 

El espantapájaros y el bailarín. El espantapájaros vivía en un campo de trigo y estaba hecho con una guitarra y unas escobas viejas. Su trabajo no le gustaba y el señor Justo era algo injusto con él porque no le dejaba bailar por las noches. Una vez apareció por aquellas tierras un bailarín que enseñó al espantapájaros a bailar, cosa que le alegró mucho y que hacía por las noches cuando su trabajo terminaba. El señor Justo le prohibía hacerlo y le pegaba reiteradas veces hasta que la paja de su cuerpo y la madera de la guitarra fueron desoapareciendo poco a poco. Al final solo le quedó la camisa y el viento se lo llevó, ahora sí que podía bailar y todos los niños lo podían ver. “Mientras tanto, el espantapájaros bailaba feliz entre las nubes” (pág. 83).

La pajarita de papel. Tato es un niño de seis años al que su padre le pregunta qué quiere por su cumpleaños y él responde que una pajarita de papel porque ha visto en el despacho de su padre una pajarita de plata sobre un pedazo de madera que pone: “Para los que no tienen tiempo de hacer pajaritas” (pág. 87). Su padre no se acuerda bien de hacer pajaritas y por eso va a comprar un libro  que le guíe, y después de hacer unas cuantas por fin consigue una perfecta. Tato le dijo: “ Está muy bien hecha; pero no me gusta. La pajarita está muy triste” (pág. 88). El padre buscó a unos sabios para que hicieran que la pajarita fuera feliz, uno le hizo un aparato para que volase, otro para que cantara y otro pintó colores muy bonitos sobre ella pero la pajarita seguía triste. Al fin, después de visitar al sabio más sabio de todos, el padre de Tato regresó e hizo más pajaritas para que la pajarita de Tato estuviera feliz. “Entonces, todas las pajaritas de papel, sin necesidad de ningún aparato, volaron y volaron por toda la habitación” (pág. 93).


A lo largo de estos ocho cuentos hemos visto como Fernando Alonso pretende enseñar a los niños valores y lo hace de un modo muy especial. La moraleja que se puede extraer de todos ellos es muy rica porque además de valores nos enseña que hay que ser tolerantes y no como don Justo que pegaba a su espantapájaros porque bailaba cuando era de noche. También nos enseña que tenemos que ser todos iguales y no como aquel señor de la torre que miraba desde los alto a los habitantes de la ciudad. O saber que todos crecemos y cambiamos al igual que lo hicieron los números del viejo reloj. De todos los cuentos podemos extraer alguna lección con pequeños ejemplos y con personajes muy apropiados para los niños. 
La estructura del libro es precisa, los ocho cuentos  tienen su título, que es muy apropiado ya que nos indica lo que vamos a encontrar en ellos.Los cuentos  son cortos pero sintetizan muy bien lo que quieren expresar y son acertados con el vocabulario ya que todas las palabras se entienden sin dificultad salvo alguna excepción. 

Estos cuentos, más que para un público infantil, están enfocados -desde mi punto de vista- a un público más infantil por su brevedad y por la importancia de lo que allí se narra. Se trata de una buena forma para educar en valores a los niños que se acercan a lecturas apropiadas para ellos. 




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