domingo, 27 de enero de 2013

En las guerras siempre se pierde


Isabel Martínez Moreno//

“Una guerra se gana o se pierde si es verdadera” y la Guerra Civil española lo fue. Silencio en el corazón lo pone de manifiesto a través de la historia de amistad de dos niños que crecen al son de la incertidumbre y con los ecos de bombas y ataques aéreos. Jaume Cela dibuja en esta obra, con la que obtuvo el Premio Abril en 1999, un cuadro perfecto en el que cada personaje tiene algo que decir.  Es, sin duda, una reflexión profunda y detallada de lo que fue la Guerra Civil y sus consecuencias.

Juan, acompañado por su inseparable amigo Jorge, es el hilo conductor de un relato, escrito en primera persona, y situado en un pequeño pueblo catalán, que bien pudiera ser el de tantos otros lugares de nuestra geografía.

Estos jóvenes descubren qué es eso de la guerra cuando, en su presencian, se llevan detenido al cura del pueblo. Ahí toman conciencia de la dimensión del conflicto. Poco después encuentran un cadáver rodeado de moscas que les termina por mostrar la realidad de aquella España que se debatía entre la vida y la muerte. Sin embargo, es curioso como continúan con sus vidas ajenos al horror que solo la mirada del adulto es capaz de percibir con nitidez. No obstante, estos niños crecen y maduran al tiempo que la guerra cambia tristemente el rumbo de este país.

Juan y Jorge quieren ser arqueólogos. Entierren restos de animales y al lado sus nombres para que cuando sean desenterrados sepan que fueron ellos quienes los pusieron ahí. Éstos, junto a su grupo de amigos, siguen asistiendo a la escuela con don Ramón y jugando en las calles de su pueblo. Compiten para comprobar qué gota de agua resbala más rápido por el cristal de la ventana, se bañan en el río y descubren su primer amor, como es el caso de Jorge.  Frente a ellos el mundo adulto asiste aturdido a un conflicto en el que todos están posicionados: a un lado, al otro o en contra de los dos. 

Este último es el caso de la madre de Juan, porque entiende que la guerra es la soledad, “el miedo de las mujeres a perder lo que más quieren”. En cambio, su hermano, el tío Bernardo, que está pasando una temporada en su casa, es un republicano convencido. Éste es quien le explica a Juan, sin demasiados tapujos, qué es lo que en realidad está ocurriendo. El joven lo agradece porque cuando habla con su tío siente que no le tratan como si aún fuera un niño. Algo que sí hace habitualmente su madre cuando repite que “hay moros en la costa”, ante cada conversación que a éste le resulta interesante. Por su parte, María, la hermana de Juan, vive enamora de Paco, el de casa de Mercadal, un joven que lucha en el bando republicano. Sólo Juan conoce esta historia y, a petición de la chica, no se la revela a nadie.

Todos los vecinos del pueblo viven pendientes de la radio y las noticias que unos y otros traen sobre el devenir de la guerra. El lector descubre cómo avanza la contienda, según un bando y el otro, a través de los niños y de lo que éstos escuchan en sus casas.

Sin embargo, la aparente tranquilidad en la que vive Juan termina por romperse. Su tío Bernardo les comunica que se marcha al frente porque no quiere esperar sentado mientras otros luchan por su futuro. Al tiempo que su hermana María le confiesa que ha quedado con Paco en un pueblo vecino donde él está combatiendo. Tío Bernardo se marcha a la guerra con la oposición firme y rotunda de la madre de Juan y su hermana viaja a casa de Catalina con la excusa de pasar unos días junto a ella. Así un bombardeo en Gramollers sorprende a unos y a otros en el lugar menos esperado, y bajo los escombros de aquella barbarie se encuentra el mayor de los silencios, el silencio en el corazón.

Jaume Cela refleja la crueldad de la guerra desde diferentes puntos de vista. Posiblemente sea la mirada inocente de un niño la que más cale en el lector, porque a medida que avanza la narración, y también el conflicto, Juan y Jorge, toman consciencia de que están madurando, y se plantean la posibilidad real de tener que ir al frente si la guerra continúa. No obstante, ésta no es la única visión que se muestra en el libro. También es interesante la de la madre que sufre porque es consciente de las implicaciones de una guerra en la que sus hombres (maridos e hijos) son llamados al frente para luchar en un conflicto en el que sus responsables directos nunca pisan el campo de batalla o la perspectiva de un idealista como el tío Bernardo. Sin embargo, es especialmente curiosa la figura de Don Ramón, el maestro del pueblo. Anciano y pese a todo vital, este hombre, también republicano, lucha a diario para que sus alumnos no pierdan lo verdaderamente importante, su capacidad de reflexionar y también la de soñar. Él entiende que su oficio consiste en soplar sobre la inteligencia de los jóvenes y encender en ellas “un gran fuego”.

De hecho, quien escribe quiere resaltar su figura. Aparentemente no es un personaje principal del relato, sin embargo su papel es crucial a lo largo del mismo, quizá porque el autor es también docente, o puede, vaya usted a saber, que sea Jaume Cela quien hable a través de este viejo maestro. Sea como sea, en su boca aparecen muchas de las claves de la guerra y también de sus consecuencias.

Silencio en el corazón es una obra recomendada para mayores de 14 años, que sin lugar a dudas, también puede leer un lector adulto con resultados sumamente satisfactorio. En las aulas del segundo ciclo de la ESO este relato puede servir tanto para las clases de Castellano: Lengua y Literatura como para las de Historia. La claridad en la organización de los contenidos, la coherencia en la estructura y la calidad de las descripciones se dan la mano con la transparencia en la narración y el realismo de la historia.  Todo esto crea un clima global que permite a un lector juvenil sentirse parte de los acontecimientos; enamorarse con María y sentir angustia cuando Juan no puede quitarse de la cabeza las dichosas moscas. Además, los amigos de este joven, Triquitraque y Cenicero ponen un toque de humor a todo el drama que envuelve el relato.

Sin embargo, más allá de una simple lectura, este libro permite que en el aula se reflexione sobre cuestiones transversales, algo que contribuirá al desarrollo integral de los alumnos. Se puede invitar a éstos a pensar sobre algunas de las frases pronunciadas a lo largo de la obra, como la de la madre de Juan que dice que “si las mujeres pudiéramos mandar no habría guerras”; la del propio Juan cuando dice que “la amistad es, a veces, silencio”;  las del maestro cuando afirma que “los vencedores intentarán moldear el pasado y el presente para poder escribir un futuro”; o la reflexión que el tío Bernardo plantea sobre las dos historias, la que se escribe con mayúsculas y aquella que, aun en minúsculas, es la que hace posible la primera.

En cualquier caso, después de leer este libro de Jaume Cela uno tiene la sensación que muchos corazones enmudecieron en aquella guerra  y que quizá Juan tiene razón cuando afirma, que aún sin saberlo, una parte de todos ha quedado atrapada entre los escombros de Gramollers, también del lector. 

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