Isabel Martínez Moreno//
La
vida cambia en un momento concreto y lo hace para siempre. Después no hay
vuelta atrás. Un nuevo recorrido se dibuja y ya no se puede borrar la senda. Éste
es el punto de partida de El Polizón del Ulises, una obra que
le valió un Premio Lazarillo en 1965 a Ana María Matute, su autora. Esta
barcelonesa de imaginación infinita narra la historia de un muchacho que un día
creció, porque, como podemos leer en Peter Pan, “todos los niños del mundo,
menos uno, crecen”. Sin embargo, todo comienza cuando tres hermanas solteras encuentran
en la puerta de su casa un bebe. Optan por adoptarlo y deciden llamarle Marco
Amado Manuel. Un nombre clave en la historia, aunque todos llamarán a este
pequeño Jujú. Sin una explicación clara al respecto, la autora deja que el lector
interprete a su conveniencia por qué esas dos sílabas. La opción que más peso cobra
es que se trata de las primeras palabras que un bebe balbucea.
Pero
de vuelta al nombre real, cada una de las mujeres elige uno distinto y en él se
definen a sí mismas. Consciente o inconscientemente, Etelvina, Leocadia y
Manuelita pretenden que a través de esas designaciones Jujú herede una parte de
ellas. La primera de las hermanas es una apasionada de la historia y la
investigación. Siente una especial debilidad por el Imperio Romano. Por su
parte, la segunda destila un exquisito gusto por la música, la poesía y los
buenos modales. Sentimental e idealista, soñaba con un príncipe azul que no
llegó. Por último, la tercera, Manuelita, es muy distinta a sus hermanas. A
ella le preocupa el trabajo duro y no ve con buenos ojos el tiempo que sus
hermanas dedican a sus quehaceres porque entiende que eso no es útil para nada.
Las
tres hermanas pasan a llamarse las tías en el instante en el que este niño
entra en sus vidas. Sus orígenes, inciertos, se dejan entrever a lo largo del
libro. La hija del alcalde, Rosalía dice que la noche en la que dejaron a Jujú
en la puerta de las señoritas ella vio alejarse a un grupo de gitanos. Sea
como fuere, lo cierto es que el bebe cambia la vida de estas tres solteronas,
que pese a todo, mantendrán inamovibles sus formas tan distintas de entender la
vida.
A
medida que el niño crece, sus tías lo van educando de acuerdo a sus propios criterios
individuales. El resultado es un niño aventurero gracias a las historias de tía
Etelvina; soñador como su tía Leocadia y fuerte como Manuelita. Emplea el
desván para sus juegos y crea en ese espacio de la casa un barco que llamará
Ulises. Cuenta con su inseparable perro al que designa Contramaestre, también con
una gallina a la que otorga el nombre de Almirante Plu y una paloma, la
señorita Florentina.
Es
en ese espacio donde Jujú deja volar su imaginación y vive aventuras navieras en
el mar de sus sueños. Aunque sólo de vez en cuando, porque pasa buena parte del
día atendiendo a las explicaciones que sus tías insistentemente le repiten para
que sea como cada una de ellas quiere. Sin embargo, el espera ansioso el
momento de subir a bordo del Ulises. Un día, por casualidad, descubre un
pasadizo secreto que le conduce al otro lado de la finca y elucubra sobre el
origen de tan curioso hallazgo. No obstante, lo que más llama la atención a
este joven es un campo de presos que ve a lo lejos, a través de la ventana de
su barco.
Uno
de esos presos se escapa y termina refugiándose en la Finca de las tres
señoritas y Jujú lo descubre. Éste en un principio se asusta mucho pero pronto entabla
amistad con el Polizón, como él mismo le denomina. Le da cobijo en su barco, en
el pasadizo secreto, para que esté a salvo de los perros del sargento. Se inicia
así una relación en la que el joven, que aún no ha cumplido los 11 años, se
siente fascinado por las historias y aventuras marinas que su nuevo amigo le cuenta.
Pero más aún, porque el Polizón no le trata como si aún fuera un niño pequeño,
la habla con aparente honestidad y eso a Jujú le gusta. Tanta es su amistad que
planean una huida a lomos de Remo, el caballo del pequeño, que conducirá a un
sorprendente final.
Ana
María Matute no deja nada al azar en esta obra, que está escrita para un público
infantil y juvenil, aunque los adultos también pueden disfrutar de la historia,
posiblemente con unos matices que el niño no aprecia. De manera que recomendaría
esta lectura para cualquier cuso de la ESO pero en cada uno de ellos trataría aspectos
diferentes de la obra.
La
autora catalana rehúsa la complejidad en cada uno de los elementos de este
libro. De un lado, el vocabulario es sencillo y claro. De otro, la estructura
narrativa está ordenada cronológicamente y no se producen saltos temporales que
dificulten la lectura. Además, aparecen divertidas ilustraciones en las que el
lector identifica rápidamente la historia. Sin embargo, el éxito potencial de
esta obra entre los lectores a los que va dirigida, no lo encontramos en lo que
la autora narra, sino en aquello que no cuenta y está ahí. Es fácil que un
joven se identifique con Jujú y muy hábilmente la escritora rehúye situar la
historia en un tiempo concreto. Sabe que en cualquier época es posible esta
historia y deja que sea el lector el que determine el cuándo.
Todos
los jóvenes se sienten, en parte, un trocito de plastilina que un adulto
intenta moldear de muy distintas formas. La elección del nombre es sólo el inicio
de ese proceso. Aman a sus familias pero mueren asfixiados en la rutina y necesitan
volar libres a otros lugares en los que ellos sean los capitanes de sus propias
aventuras. El Ulises es únicamente el reflejo de esa necesidad. Además, la elección
del nombre de este barco contribuye a que un lector con intertexto sea capaz de
entender qué representa ese naviero para el pequeño Jujú. En un principio este
barco es el que permite al niño iniciar una aventura en solitario pero a la
postre también es el que le trae de vuelta a casa, a Ítaca. Asimismo, en el
libro se dibuja la rutina con pinceladas curiosas, como es “la caza del ladrón”
que ya hacía el bisabuelo de las hermanas, posteriormente también el padre y
ahora ellas. Elementos como éste, empleados con singular destreza, dejan ver
por qué un joven necesita alejarse de lo que le rodea, aunque sólo sea durante
pequeñas porciones de tiempo. Es
significativo también que los animales que acompañan a Jujú, sin llegar a
hablar, sí se presenten animados, es decir, con sentimientos y pensamientos
propios. Quizá porque a veces uno tiene claro lo que quiere oír y sencillamente
lo escucha.
En
esta línea, es necesario señalar que frente a esta visión del niño, encontramos
la del adulto. Las tres tías encarnan a la familia que forma y protege a sus
polluelos esperando que den lo mejor de sí mismos. De ahí, que el protagonista
de esta obra este expuesto a una formación variada y, al tiempo, inmensamente
rica. Algo que termina calando en él y le convierte en un hombre, la verdadera
historia que cuenta Ana María Matute. Aunque parece claro que nunca terminamos de crecer, porque si fuera así
por qué llamar eternamente a un niño Jujú.
Marco
Amado Manuel no es un niño cualquiera, es todos los niños. De manera que tras
mi lectura, no me queda más que animar los docentes a que rescaten esta obra de
Ana María Matute y les permitan a los alumnos viajar en el Ulises porque todos
alguna vez lo hemos hecho.
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