La formación de Fernando
Lalana dista mucho de ser la de un humanista o un ilustrado –cursó
únicamente estudios de Derecho- pero a pesar de ello muestra cierta soltura a
la hora de redactar que parece deleitar a sus jóvenes lectores, habiendo sido
traducido incluso al coreano. Los premios recibidos son muchos: en tres
ocasiones el Gran Angular, el premio
Barco de Vapor y el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, recibido
en 1991 por la novela que nos interesa, Morirás
en Chafarinas.
Cuando Fernando Lalana escribe esta novela cuenta ya con un bagaje y una
experiencia de escritor considerable. La obra, efectivamente, en apenas una
páginas, introduce de pleno al lector en una acción que a medida que va
avanzando se vuelve más trepidante hasta llegar a un momento álgido en la isla
que da título a la novela. Como se ha dicho, el ritmo es trepidante, las
acciones se van acumulando dando a la novela un aire misterioso que engancha al
lector. Podríamos afirmar que dichas acciones tienen un aire tenebroso, donde
el conflicto se resuelve en unas cuantas secuencias de gran efectismo. Pero
¿qué es lo que ocurre en la novela? Se narra la penuria de la vida de los
soldados españoles en la guarnición de Melilla y en las islas Chafarinas, ubicadas
en la frontera entre Marruecos y Argelia. El nombre de la novela, pues, no ha
sido una elección casual, ya que revela el destino de muchos jóvenes militares españoles
que fueron enviados allí durante siglos: en Morirás
en Chafarinas los hechos se sitúan en el siglo XX, pero la presencia
militar de España en las costas de África del Norte había surgido ya en el
siglo XVI. Por ello, creo que esta obra podría encajar perfectamente en 4º de
la ESO, no solamente porque permite profundizar en los acontecimientos
históricos contemporáneos, sino también porque presenta todos los ingredientes
para motivarles en la lectura: a medio camino entre la novela negra y el relato
de aventuras (según la sinopsis), los temas presentados fácilmente pueden
atrapar a los lectores y su madurez les permite comprenderlos sin
dificultades.
Para la redacción de esta historia, el autor se ha inspirado en su propia
experiencia, cuando hizo el servicio militar en la ciudad de Melilla, en donde
transcurren las acciones durante una semana. Una serie de misteriosas muertes
está sucediéndose en el cuartel de regulares de Melilla: primero, un suicidio,
que se presenta más tardes como una sobredosis. Todo parece apuntar a que la
causa de estas muertes tiene que ver con el consumo de heroína, frenado por la
carencia que se ha producido en la ciudad de esta droga. Cidraque, uno de los
dos protagonistas de la historia, un joven superdotado, es encargado por el
capitán Contreras de conducir una investigación paralela a la del gobierno Militar.
Cidraque convence a Jaime, el narrador de la novela, para que le ayude en su
misión. En cuanto ocurre la tercera muerte, que parece ser un homicidio por el
capitán Gayarre en defensa propia. Contreras libera a Cidraque de su tarea de
espionaje de sus compañeros, sin ninguna explicación. Todo lo que han
descubierto Cidraque y Jaime hasta ese momento, sin embargo, ha despertado
tanto su curiosidad que continúan sus indagaciones a escondidas: piensan que
las tres muertes no se habían producido por circunstancias fatales sino que se
trataba de asesinatos, y que Gayarre mató de forma premeditada a Villalba.
Efectivamente, el jueves descubren que la venta y distribución de droga en la
ciudad parecen estar dirigidas por la Lavandería Moderna, de propiedad de los
dos capitanes. Todo se resuelve el sábado en la isla de Chafarinas, donde los
protagonistas, a través de los mapas robados en el cuartel de una red de
galerías por debajo del mar, siguen a Contreras en su recorrido para desplazarse
al lugar pactado para recoger la droga. Tras la muerte de varios personajes
secundarios y de Contreras, se descubren las verdaderas intenciones de Cidraque
con respecto a la investigación. El final, además, es abierto y ni en la última
página se resuelve.
El autor, a través de Jaime, retrata fielmente los lugares y las
sensaciones que una ciudad como Melilla pueden suscitar en un joven militar de
veinte años: “Cerraba yo entonces los ojos, tratando de añadir a aquel sonido
la algarabía del más de medio millar de personas que, noche tras noche,
abarrotaban el local como en un rito (…) Era para morirse: un año en Melilla y
sin poder lucir el smoking, ni la
sonrisa, ni el porte” (pág. 73). En las descripciones hay un tono que, en
ocasiones, roza el lirismo, donde se puede apreciar la reflexión del mismo
autor, que vuelve a recordar su vivencia con la perspectiva que le otorgan los
años: “Lo hicimos casi en silencio, disfrutando del aire limpísimo que, por
fortuna, empezaba a refrescar; de la vista nocturna de Melilla, cuyo bullicio
llegaba hasta nosotros amortizado por la distancia, pero impregnado de ese
inconfundible palpito jugador y cabaretero; del olor del Mediterráneo, tan
diferente a sí mismo a cada instante; de la luz de la luna llena de África,
inigualable” (pág.26, y otro ejemplo está en la página 82). Melilla, pues, es
descrita como un lugar donde lo viejo y lo nuevo, lo occidental y lo oriental,
lo civil y lo militar conviven a duras penas, y Jaime no deja de denunciarlo: “La
Mezquita (…) Ni hablar, yo no me meto en semejante sitio. Podríamos crear un
conflicto religioso internacional o algo por el estilo. ¿Tienes idea de cómo
las gastan los integristas islámicos? Si por robar una pera te cortan la mano,
imagínate… (pág.15)”.
En lo que respecta a la lengua y el estilo, Lalana hace largo empleo de la
jerga militar. Esto puede acercar la novela a los más jóvenes o bien alejarlos
por pensar que este registro ya está un poco obsoleto o es propio de la
generación de sus padres. Sin embargo, las notas humorísticas con las que carga
la narración contribuyen a avalar la primera opción: “La cantinela del furriel
repartiendo los servicios para el día siguiente, dejando un rastro de alivio o
de consolación, según el caso. Y, por último, esa orden de ¡rompan filas!,
contestada por la tropa con un rotundo ¡aire!, seguido por la desbandada general
en busca del catre” (pág.146). Es un mundo, el militar, que permite abrir una
ventana al contexto histórico en que transcurre la novela: el contencioso entre
España y Marruecos por la reivindicación de los territorios en el suelo
africano, de posesión española (“Esas son cosas que pasan en el Tercer mundo,
no en mi país. Y, sin embrago. Están aquí mismo (…). El resentimiento, la
miseria, el desarraigo y el odio. Son niños correteando desnudos. Y muchachos
con la obligación de buscarse a diario el sustento a cualquier precio. Y
jóvenes que sueñan con una Melilla marroquí, libre del yugo español”, pág.81).
Además, el mundo militar le sirve al autor para poner de relieve uno de los
valores más importantes en este ambiente: la camaradería. La complicidad entre
Jaime y Cidraque es muy intensa, hasta convertirse en un verdadero sentimiento
de cariño: el protagonista pone en peligro su vida para ayudar al compañero,
por ejemplo en el episodio de la Lavandería, y este afecto parece evidente al
final de la novela, cuando Jaime le dice: “Me voy contigo a Chafarinas. (…)
Cidraque se me había quedado mirando, boquiabierto. De pronto noté como los
ojos se le humedecían, se me acercó y me abrazó, emocionadísimo” (pág.150).
El tema de la droga es central en la novela, ya que desencadena los
trepidantes sucesos. Es evidente como el autor quiere transmitir mensajes
claros a los lectores a través de su tratamiento. Los drogadictos se presentan
como personas débiles y miedosas: aparte de Júdez, que enloquece por una dosis
envenenada, Villalba, la tercera víctima, muestra toda su cobardía cuando le pide
a Adolfo que le cambie el turno de guardia, porque no quería enfrentarse a
Gayarre. La droga se representa como un demonio capaz de transformar a las
personas en monstruos: el capitán Contreras no duda en hacer matar a su mujer
para tener una excusa de suficiente peso para volver a Melilla cuanto antes con
la droga. Sin embargo, lo que más va a decepcionar a los lectores será la
revelación de la verdadera naturaleza de Cidraque; de joven superdotado cual
era: “Por fortuna poseo una vista excelente. Y también bastante habilidad para
leer al revés (…) Ya que me mencionas tu examen de ascenso a cabo, te diré que
es, sin duda, el más brillante (…) de toda la Comandancia General de Melilla en
muchos años” (pág. 43), del sincero afecto encontrado en la persona de Jaime,
se deja seducir por las oportunidades de poder y riqueza proporcionados por la
venta de droga, llegando a defraudar a su amigo. Jaime, en cambio, se mantiene
firme, honesto e integro hasta el final, ya que no acepta la propuesta de
repartirse los sacos de heroínas a medias y, además, estaría dispuesto a morir
para no dejar escapar al traidor. Esto me parece ser una grande lección de vida
que la novela transmite a los alumnos: no dejar que los paraísos artificiales corrompan
nuestros valores y perseguirlos a toda costa.
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