domingo, 27 de enero de 2013

Mo no es una vaca cualquiera


Isabel Martínez Moreno//


Al volver la vista atrás contemplamos con asombro que tal o cual hecho nos ha marcado, que las dificultades de entonces son experiencias ahora y descubrimos que hemos evolucionado. Eso es lo que experimenta la protagonista de Memorias de una vaca. Una obra de Bernardo Atxaga (seudónimo de José Irazu Garmendia) en la que Mo  realiza una curiosa reflexión sobre la condición humana desde el punto de vista de este animal de rabo y cuernos. Ésta describe detalladamente su vida desde su nacimiento en el establo de Balanzategui hasta su llegada a un convento de la mano de  Pauline Bernardette. Su periplo vital transcurre en paralelo a una afirmación que la marcará desde su llegada al mundo, cuando otra vaca, La Vache que Rit, le dice que “no hay nada más tonto que una vaca tonta”. Algo que unido a las ilusiones de Mo por ser caballo o gato le llevarán continuamente a luchar por demostrar que ella no es una vaca tonta. Quiere desvincularse del resto de sus compañeras de pesebre que únicamente se preocupan de pastar y dormir. Por eso observa con detenimiento todo cuando le rodea y de vez en cuando, no siempre porque se cansa, reflexiona sobre aquello que ve.

Además, cuenta con el inexorable apoyo de El Pesado, su conciencia interior que la pone a prueba continuamente para que use la lógica y pueda pasar de ser una vaca Alfa a una Omega. De hecho, es curioso como éste la insta una y otra vez a sentirse orgullosa de su condición de vaca, hasta el punto de contarle la historia de la “Vaca” de Troya.

El conjunto de la obra, ambientado en el País Vasco durante la Guerra Civil y los años posteriores,  está marcado por la Ruleta de los Secretos que se ocultan en las tierras de la señorita Genoveva y los misteriosos hombres, que de vez en cuando, bajan de los bosques hasta la casa de ésta. Así como por las aventuras de la monja que acompañará a Mo en la segunda etapa de su vida, cuando ya es una vaca libre. Sin embargo, nada es lo que parece y cuando todo ha dado las vueltas necesarias, porque como explica El Pesado no es bueno precipitarse, esta vaca descubre la verdad acerca de los misterios que rodean su primera casa.

De hecho, a través de la narración observamos cómo ha evolucionado este animal hasta convertirse definitivamente en una vaca Omega, como le reclamaba su conciencia. Las partes del relato referidas a Balanzategui están marcadas por la incertidumbre, el deseo de saber y averiguar. Se trataba de una vaca joven que veía pero estaba aprendiendo a mirar. Sin embargo, las historias del convento están cargadas de humor y tranquilidad. Mo ya es capaz de reflexionar sobre su experiencia y de ahí que sienta la necesidad de plasmarla.

Asistimos a un ir y venir de recuerdos que se agolpan sin más orden que el de la propia memoria de Mo, que finalmente decide dejar de escribir por miedo a que cuando lo haya contado todo, la muerte le esté esperando. No obstante, el retrato que se dibuja a partir de los relatos de esta vaca supone un desfile incesante de perfiles humanos de muy distinta índole. Presentados al descubierto en ocasiones, y en otras ocultos tras los cuerpos recios y cornudos de las vacas. Así, desfilan ante los ojos del lector las miserias de la condición humana, pero también sentimientos nobles como la amistad o el sacrificio por lo que uno cree.

Bernardo Atxaga nos relata, a través de los ojos de esta tierna vaca negra, un diálogo abierto de uno consigo mismo por superarse y la necesidad de dotar de sentido a todo cuanto nos rodea para poder continuar nuestro camino. El Pesado hace las veces de maestro que descubre aquello que de ninguna forma una vaca recién nacida podría saber y también de conciencia que conduce por las veredas más adecuadas.

De ahí que Memorias de una vaca sea, a mi parecer, un libro recomendado para el segundo ciclo de la ESO. No obstante, cualquier tipo de público puede leerlo sin miedo a aburrirse con una historia escrita para un público juvenil. Sin embargo, para un lector del primer ciclo de la ESO no me parece adecuada porque nos encontramos ante una lectura compleja que exigirá al lector dotes importantes de comprensión, análisis y reflexión.

La narración, lejos de ser lineal, salta de un momento cronológico a otro, sin más aclaración que el intertexto que el lector se va generando a medida que avanza en su lectura. Además, hay elementos que se pasan por alto a expensas de que el lector interprete y realice inferencias. Esto, que por un lado es muy positivo, porque genera expectativas y te invita a no dejar de leer, por otro, puede conducir a un lector poco docto, a perder la paciencia y dejar la obra.

Asimismo, es preciso señalar la importancia del lenguaje que aparece como una de las claves de este relato en el que se dan cita palabras vascas y también galas. Así como términos inteligibles que sólo La Vache qui Rit es capaz de entender. Elementos que nos hablan del contexto y también de los propios personajes. Junto a esto el humor es otra de las claves de este libro y se aprecia de forma clara en las historias protagonizadas por Pauline.

Todo esto conforma una historia de intrigas y risas que la convierten en atractiva para un lector que busca las aventuras de una simple vaca y se encuentra con la historia de Mo

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