jueves, 31 de enero de 2013

CAPERUCITA EN MANHATTAN


La moderna Caperucita  Roja   se llama Sara Allen, tiene diez años y vive con sus padres   en   Brooklyn.  Es una  niña  que experimenta   el deseo de abrirse al  mundo desde la confianza y la curiosidad, si bien   su vida    está condicionada   por el    aburrimiento   y la ausencia de nuevas experiencias; mejor dicho, es la vida de sus padres y vecinos   la que  responde a   las últimas características,  mientras  en la mente de Sara    se     generan y mezclan fantasías y sueños alegres que, sin  embargo, no puede compartir   con nadie.  Nuestra pequeña protagonista no aguanta la monotonía de su vida familiar  y tiene ansias de   aventura y libertad.


 Sara tiene  limitado  contacto con el exterior y  sólo a través de  sus padres, sobre   todo   a causa del afán desmedido  de control  y protección de su madre   que anda   siempre “barruntando catástrofes”.   En  la parte  opuesta  a
 Brooklyn  se encuentra  Manhattan, “una isla en forma de jamón con un pastel de espinacas en el centro que se llama Central Park. Es un gran parque alargado por donde resulta excitante caminar de noche, escondiéndose de vez en cuando detrás de los árboles por miedo a los ladrones y asesinos que andan por todas las partes...”. El bosque    de la fábula tradicional de  Perrault es sustituido  con ironía  por Central Park que, no obstante su fama, no es de hecho – en la apreciación de la protagonista- peligroso para los niños, sino una mera concreción física del lugar donde es posible vivir una excitante aventura. “Pero a las personas mayores no se les ve alegría en la cara cuando cruzan el parque velozmente en taxis (...). Y los niños, que son los que más disfrutarían corriendo esa aventura nocturna, siempre están metidos en sus casas viendo la televisión, donde aparecen muchas historias que les avisan de lo peligroso que es salir de noche.”


En Manhattan se encuentra la  estatua de la Libertad  que de noche  se duerme  ante la indiferencia general. Pero los niños  de  Brooklyn no duermen,  “….piensan en Manhattan (…) y su barrio les parece un pueblo perdido donde nunca pasa nada. (...) Y es que cuando la estatua de la Libertad cierra los ojos, les pasa a los niños (...) la antorcha de su vigilia. Pero esto no lo sabe nadie, es un secreto. Tampoco lo sabía Sara Allen...”.

 Por el lector parece percibirse la existencia en la historia   de  algo mágico  no concretado que, sin embargo, es inicialmente   dejado en s
uspenso para volver a subrayar la rutina de la vida cotidiana. El padre de Sara   es fontanero y la madre –Vivian-  trabaja como enfermera  en  un    hospital    cuidando ancianos  y  disfruta preparando  una exquisita tarta de fresas  -motivo de orgullo frente a terceros-, preparada   conforme a una receta secreta    de familia. Tarta de fresas  de la que, todos los sábados,   llevarán una a la  abuela de Sara  y  que para  nuestra   pequeña   protagonista    pasará a representar   la manifestación  de  una fastidiosa   costumbre    con pérdida de   cualquier otro significado.

 La  abuela materna  de Sara  se llama Rebeca Little  y vive sola en Manhattan,  en el   barrio  de Morningside.  Se trata de  una  mujer   liberal, extrovertida, original, ex cantante  de music-hall  conocida con el  pseudónimo de Gloria Star y, en los últimos tiempos,  olvidadiza (pero solo porque  “a fuerza de no contar las cosas, la memoria se oxida” ).
La abuela de Sara es  el contrapunto de   su hija Vivian,  con quien no se entiende. Sara  experimenta fascinación por    su abuela y todo lo que guarda relación   con la misma, mientras   que entre la madre y la abuela de   Sara   se genera cierto  antagonismo  por   el afán de la primera de controlar a la   segunda  y  su    disconformidad  con el género de vida   que lleva esta última. Sara no ha recibido mucha  información   sobre  la vida   no sujeta a  ataduras de su abuela, censurada  por Vivian, conociendo  sólo  algunos detalles  a resultas   de conversaciones espiadas a  sus progenitores. A través de   alguna de dichas   conversaciones   conoció en el pasado la existencia  de un antiguo  amigo/compañero  de su  abuela – Aurelio-,   con cierta influencia en la conformación   de la personalidad de  Sara.
Aurelio – dueño de una librería- hizo llegar a   Sara – lectora muy precoz y apasionada- algunos libros  - Robinsón Crusoe, Alicia en el país de las maravillas, Caperucita Roja …- cuyos protagonistas  fueron percibidos  por    la pequeña    como seres  libres,  con capacidad   para  andar  por todas partes solos  sin la existencia de  padres que los retengan, repriman  o les prohíban actuar. La lectura de dichos relatos, al margen de   hacer  volar la imaginación de Sara, provocaron y provocan en ésta un  fuerte sentimiento de   envidia   por la  libertad de  sus  protagonistas.  En el relato se refuerza la idea de la  necesidad de    experimentar el viaje   que es la vida   por uno mismo, y ello como requisito  imprescindible  para un  adecuado desarrollo mental. La ilustración preferida de Sara  es    la que corresponde al encuentro de Caperucita Roja   con el lobo
".…En aquel dibujo, el lobo tenía una cara tan buena, tan de estar pidiendo cariño, que Caperucita, claro, le contestaba fiándose de él, con una sonrisa encantadora. Sara también se fiaba de él (...) era imposible que un animal tan simpático se pudiera comer a nadie. El final estaba equivocado. (...) Lo que menos le gustaba a Sara eran los finales”.

Sara había  recibido  también de Aurelio un plano  muy detallado  de Manhattan, habiendo aprendido,  observándolo,    que  Manhattan  era  una isla;  detalle éste muy importante para   Sara  porque el País de Nunca Jamás de  sus fantasías      tomará cuerpo  en ese  espacio físico real   donde   la posibilidad de vivir una aventura se hace factible. Atrapada en una vida  gris, Sara  juega   con las palabras, inventando  algunas nuevas para interpretar y expresar sus emociones y, de ese modo, crear un mundo a su gusto; una   expresión   en particular –miranfù-  se convierte   en su preferida y es utilizada para expresar “ va a pasar algo diferente” o “ me voy a llevar una  sorpresa”. Con esta  palabra mágica pretenderá  Sara   cambiar la realidad.



Partiendo del planteamiento  anterior,  la autora  -Carmen Martín Gaite-   pone en marcha los engranajes de la aventura  que se inicia  cuando  la pequeña Sara, aprovechando  un luctuoso   acontecimiento familiar -que hace que  sus padres tengan que desplazarse      a otra ciudad-,  es dejada al cuidado   de una tercera persona    de cuya vigilancia/supervisión es capaz de zafarse, escapándose de casa   para llevar  a su abuela   la tarta de fresa   que había elaborado su  madre antes de partir. 

 

La autora   parece respetar inicialmente  -  aún con  la   alteración     temporal y de localización    de historia y personajes-   la estructura  esencial del cuento/fábula del que toma prestado parte del  título,  aunque el lector   pronto descubrirá que , más allá de un cierto aire familiar en alguno de los personajes ,   no nos encontramos   con una nueva versión   actualizada del cuento,   sino  con una provocación de la autora al lector  moviéndole a una  involuntaria comparación  de la nueva historia   con la fábula   original  al objeto, como si de un pasatiempo se tratara, de ir evidenciando  las diferencias   sustanciales en el relato.
 

En nuestra historia  aparecen  cinco personajes  relacionados  con el cuento tradicional,  amén  de otros que, careciendo de dicha conexión,  se manifiestan  como meros   actores secundarios  de escasa  relevancia. Así,  los primeros personajes citados son   Sara Allen ( la nueva caperucita), su madre ( Vivian)   y su abuela ( Rebeca Little) -   ya descritos en la fase inicial previa   a   la puesta en marcha de la trama  relativa a la aventura  en sentido estricto-   a los que hay que añadir  los  correspondientes   a Miss Lunatic ( trasunto de la libertad  o  el espíritu libre , del que es ejemplo la abuela)  y Edgar Woolf ( el Dulce Lobo).



En   lo que afecta al desarrollo de la trama de la aventura,    en su trayecto a casa de su abuela, Sara se  desvía   atraída por el encanto de lo prohibido  representado  por Central Park ( a modo de   bosque encantado), si bien,   antes  de llegar,   experimentará  un sentimiento de miedo a la libertad  del que será rescatado  por el personaje de Miss Lunatic, una mujer vieja, vestida de harapos,   que arrastra  un cochecillo  de bebé  antiguo y raído   donde guarda sus pertenencias ,   sin preocuparse del dinero,  con capacidad de   cambiar la vida a las personas; Sara   descubrirá por casualidad que   Miss Lunatic es   el espíritu de la libertad   , la musa   del autor de  la estatua   existente  en honor de la misma   en Manhattan  - donde vive de día-, firmando con dicho personaje   un pacto de sangre   en el  marco un acuerdo que reivindica   la conquista de la libertad individual.   Asimismo, y de forma indirecta,   Sara   entrará en contacto con Edgar  Woolf,   conocido  ( por un negocio   que explota) como el  Dulce Lobo;   este personaje, obsesionado  por el éxito en sus negocios y con un solo amigo, comprende, en la persecución de su objetivo de lograr la receta perfecta de una   tarta de fresa   que haga   más relevante su negocio, la   insustancialidad del sacrificio  de determinados valores   de cara a  la consecución del éxito, accediendo, con excusas, a  la vivienda de la abuela ( adelantándose con engaños a  Sara)   con la que, desde la admiración, alcanzará la felicidad.
 

En el juego de búsqueda de las diferencias  el lector descubrirá  que, a diferencia de lo que   sucede   en  fábula original:   Caperucita   tiene una mala relación con su madre;  la libertad y curiosidad no se ven penalizadas;    el “bosque” no siempre es un lugar  de pérdida sino de encuentro y punto de partida de la aventura; el lobo no es malo sino  “dulce” y  alcanza la felicidad  junto con la abuela;  no hay un salvador externo  sino que la propia conquista de la libertad otorga la redención de los personajes ;  la protagonista   no retorna a casa  sino que,   como  se refleja al final del relato,  desafiando  la lógica y huyendo de la rutina de lo  cotidiano, se lanza  - gritando su palabra talismán , “ Miranfú- por la boca de un pasadizo que conduce a la morada diurna  y secreta  de Miss Lunatic   para   alcanzar la libertad.

 

 La lectura   de esta obra   (desarrollada, en gran parte, como un relato llevado a cabo por un narrador omnisciente, con   limitado recurso al diálogo) puede suscitar  la reflexión, sobre todo   en  el lector joven,    sobre  la  soledad, la fantasía, la voluntad, la libertad y la necesidad de   que   cada uno   determine   en gran parte   su lugar y conducta.

 

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