jueves, 31 de enero de 2013

Marcelino Pan y Vino - José María Sánchez Silva



José María Sánchez Silva es el único escritor español que ha conquistado el Premio Andersen (en 1968). Por aquella época, había publicado ya más de treinta libros, pero, sin lugar a dudas, consiguió su fama por el relato Marcelino pan y vino, que luego se popularizó extraordinariamente gracias a la versión cinematográfica que dirigió en 1955 Ladislao Vajda, de mucho éxito tanto a nivel nacional como internacional. El relato de Sánchez Silva, traducido a muchas lenguas, le ha permitido darse a conocer a nivel internacional a y fue el que le permitió conseguir el valioso premio Andersen, que no fue el único en su carrera, ya que ganó el prestigioso Premio Nacional de Literatura en 1957. Después del éxito de Marcelino pan y vino, volvió a retomar el personaje en Historias menores de Marcelino Pan y Vino y Aventuras en el cielo de Marcelino Pan y Vino.

Cabe subrayar que el libro introduce directamente la temática religiosa, aspecto central de la obra, pero con un enfoque más humano. Nos presenta una religión afín a los jóvenes lectores, más cariñosa y sensible, muy alejada de la concepción dogmática, de aceptación sin explicación de lo imposible, de reglas y preceptos rígidos. Trata la figura de Cristo como modelo de amor y fraternidad, con sentimientos de caridad con los otros, mediante una novela cristiana en la que el tema de la muerte se presenta de manera delicada. Por ello, creo que podría encajar perfectamente en primero de la ESO, ya que la sencillez del relato y del lenguaje, además de la sutileza del autor en abordar estos temas “difíciles”, hacen de este libro un complemento ideal para facilitar al alumnado el paso de la escuela primaria a la secundaria.

En  lo que concierne a las coordenadas espacio-temporales del relato, los acontecimientos se sitúan en el siglo XVII, en un convento de la ciudad de Castilla. La historia, como hemos anticipado, es muy sencilla: los frailes, después de encontrar a un recién nacido en las puertas del convento, deciden cuidar de él, y acaban cogiéndole cariño. Marcelino, así llamarán al niño, crece entre el afecto de los frailes, las aventuras con los animales del convento y las travesuras típicas de un niño de cinco años, pero se siente muy solo, le falta el amor de la madre, que es insustituible, y no tiene compañeros de su edad con quien jugar, por lo tanto se inventa a Manuel, quien será su inseparable amigo imaginario. La curiosidad que alberga en todos los niños le lleva, un día, a transgredir una regla de los frailes y sube al desván del convento: aquí encuentra a un hombre semi desnudo y montado a una gran cruz. En principio, el niño huye asustado, pero poco a poco entiende que se trata del mismo Jesús Cristo crucificado, por lo tanto su actitud cambia y sube al desván para hablar con él. A través de las conversaciones que surgen entre Marcelino y Jesús, el autor presenta algunos conceptos de la doctrina cristiana, pero ajustados a los jóvenes lectores; Jesús, en efecto, le explica a Marcelino muchos aspectos de su vida que el niño todavía no había entendido: “Jesús le contó su historia. Y le habló de cómo era un niño y trabajaba con su padre, que era carpintero. Y cómo una vez se perdió y le hallaron hablando con los viejos de la ciudad. Y cómo creció y lo que hizo y cómo predicó y cómo tuvo discípulos y amigos y luego le pegaron y le escupieron y le crucificaron delante de su Madre”. Será el mismísimo Cristo quien le otorgará el mote de Marcelino pan y vino, ya que el niño le trae todos los días pan y vino, robándolos de la cocina, porque teme que sufra hambre, además de una manta para taparse y no pasar frío. Surge, pues, una dulce relación de amistad entre los dos, y Cristo aparece como el amigo tan deseado desde el principio. A raíz de estos diálogos, asistimos a una transformación en las actitudes de Marcelino: de niño travieso se convierte en modelo de rectitud, ya no le interesa burlarse de los frailes ni jugar con los animales; este cambio en su comportamiento es tan fuerte que los frailes deciden controlarlo: “Yo le encuentro muy bueno y menos travieso, dijo fray Puerta. Yo, le encuentro más devoto, dijo fray Talán. El último habló el padre Superior: Nuestro Marcelino ya no es como era, dijo (...) Vamos a vigilarle más aún entre todos. Usted, hermano, vigile su cocina y no se deje engañar por un niño tan pequeño.” Para ello, un día lo siguen hasta el desván, pero ya es tardes: verán cómo el pequeño se duerme en los brazos de Cristo. Pero no se trata de un final triste.

En efecto, el tema más discutido en los diálogos entre Jesús y Marcelino es la ausencia de la madre: Jesús quiso premiar al niño por su bondad dándole el regalo más querido y el deseo expresado por el pequeño es precisamente irse al cielo, para encontrar a su madre y a la de Jesús. Por lo tanto, Marcelino no muere, sino que se une a su madre para vivir eternamente. En el relato, pues, aparece el tema de la muerte pero desde el punto de vista cristiano: no hay que tener miedo o estar tristes si alguien ya no está, porque después de la muerte seguimos viviendo por la gracia de Cristo. El autor intenta, de este modo, evitar que los lectores sientan tristeza por la muerte de Marcelino, ya que finalmente puede abrazar a su querida madre, concluyendo la obra con un clima de serenidad y dulzura.

Otro de los temas relevantes en el relato es el proceso de maduración del protagonista Marcelino. En principio, se trata de un normalísimo niño de cinco años, travieso pero bueno al mismo tiempo: lo notamos en los motes graciosos que pone a los frailes (fray Bautizo, fray Papilla) y en los juegos con los animales, pero es también muy generoso, ya que siente compasión por el sufrimiento de Cristo e intenta aliviárselo de cualquier manera. El encuentro con éste opera un cambio radical de actitud en Marcelino, que lo convierte de travieso a recto: ahora no necesita amigos imaginarios, porque lo ha encontrado en Cristo. La amistad entre Marcelino y Jesús es fuerte, de cariño mutuo, que demuestra cómo el amor es el elemento más importante de la religión cristiana. El Amor de Dios, tema central de la obra, se expresa a través del cariño entre Marcelino y Jesús, acabando con la aceptación de su deseo como prueba de su amor infinito: “Has sido un buen muchacho y yo estoy deseando darte como premio lo que tú más quieras (…) Sólo quiero ver a mi madre y también a la tuya después.”. En Marcelino pan y vino, en efecto, aparece también el tema de la orfandad, ya que él nunca ha conocido a su madre: “¿Y cómo son las madres? Interrogó el niño. Yo siempre he pensado en la mía y lo que más me gustaría de todo sería verla aunque fuera un momento”. Por esta razón escucha tan atento a Jesús cuando le describe las madres, ya que es algo totalmente desconocido para él, pero extremadamente deseado soñado, buscado.

Con respecto al estilo propuesto, el lenguaje es sencillo y adecuado para los alumnos más pequeños, con un léxico coloquial y alegre. El autor sabe cómo motivar en la lectura, de modo que presenta también episodios graciosos, sobre todo en sus diálogos con Manuel. Mediante las numerosas travesuras de Marcelino, además, Sánchez Silva introduce en la narración toques de humor que hacen olvidar al lector la tristeza que podría sentir por la necesidad y ganas que tiene Marcelino de conocer a su madre. Estas pinceladas humorísticas, por ejemplo, se muestran incluso en episodios que podrían resultar trágicas, como el entierro de Marcelino. Sánchez Silva demuestra que quiere prevenir la pena en los lectores, presentándolo casi como momento de fiesta: “Por cierto que si Marcelino hubiera vivido y hubiese asistido a un entierro semejante al suyo, habría reparado en que el músico que tocaba el bombo de aquella banda era muy delgadito y parecía ir a perder el equilibrio por el gran peso de su tambor, mientras que el que tocaba el clarinete era un gordo enorme, que parecía fumar en aquella especie de estrecha boquilla que era en sus manos la delgada trompeta.”

Para concluir, en mi opinión, Sánchez Silva no presenta el tema religioso para convencer a los lectores de la verdad de los principios cristianos expuestos, pero es cierto que presenta de manera totalmente asequible para los niños los misterios más indescifrables del cristianismo. Podría considerarse un relato para transmitir los preceptos religiosos de forma más cercana a su manera de ver el mundo, a su inocencia, sin hacer caso a las amenazas represivas del infierno, sino a través del mensaje de amor de Cristo. Lo hace mediante un pequeño e ingenuo huérfano que acepta los misterios de la vida y la muerte con imperturbabilidad, capaz de producir un milagro: la bajada de Cristo de la cruz, por su alma tan pura. Es precisamente en este personaje con el que se identifican los lectores, de cualquier edad. Es, sin ninguna duda, una obra que se lee con el corazón.

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