domingo, 27 de enero de 2013

El hombrecito vestido de gris y otros cuentos, de Fernando Alonso. Por Adrián Vázquez Old



Referencia bibliográfica

Nombre de la obra: El hombrecito vestido de gris y otros cuentos
Autor: Fernando Alonso
Editorial: Alfaguara (Grupo Santillana)
Primera edición: Mayo 1978
Vigésima edición: Septiembre 1993
Impresión: Talleres gráficos de Rogar, S.A. Fuenlabrada (Madrid)
Ilustraciones: Ulises Wensell

Resumen del contenido

El hombrecito vestido de gris

El hombrecito vestía siempre de gris y llevaba una vida muy monótona y aburrida. Pero en realidad el hombrecito no era así, sino que soñaba con ser cantante de ópera y llevar una vida divertida y llena de colorido. Sin embargo, se ponía a cantar y nadie apreciaba su arte, no comprendían su sueño de ser cantante. Su jefe, incluso le amenazó con despedirle si volvía a cantar. Por eso, el hombrecito decidió fingir un dolor de muelas y se sujetó la mandíbula con un pañuelo para no poder cantar nunca más.
No obstante, para aquéllos a los que no les gusten los finales tristes, el autor propone un final feliz:
Cierto día, el hombrecito conoció a un director de orquesta, y cuando le escuchó cantar le contrató para cantar en el Teatro de la Ópera. Todos asistieron a su triunfo y, desde ese momento, su vida nunca volvió a ser gris.

El barco de plomo

Un hombre muy hábil hizo un barquito de plomo y se lo dio a su hijo. El niño quiso jugar con su barquito en la bañera, pero éste se hundió y entonces, tanto el niño como el barco se entristecieron. El padre habló con el niño y le explicó que era un barco de adorno, por lo que el barquito volvió a sentirse útil. Sin embargo, pensándolo mejor, el barco volvió a sentirse avergonzado por lo que la gente pensaría de él.
Un día el niño empezó a jugar con el barco y con un cochecito, pero se le cayeron al suelo y el barquito resultó dañado. Entonces se sintió aún más triste, ya no servía ni para adorno. En ese momento el niño lo depósito en el fondo de un acuario, y allí, rodeado de peces, haciendo el papel de barquito naufragado fue donde realmente se sintió feliz.

Los árboles de piedra

Érase un mundo donde todo era de piedra, pero había un problema: no habían árboles de piedra, por lo que los niños no eran felices. Entonces, tres jóvenes aventureros decidieron ir en busca de árboles. El primero de ellos trajo un pino, pero al ser plantado sobre piedras, no tardó en morir. El segundo trajo un cactus, pero corrió la misma suerte que el pino. El tercero volvió con las manos vacías, y pidió al pueblo que le acompañaran al mar para ayudarle. Allí, todos se unieron para formar una cadena y meterse en el mar, logrando arrancar un bosque de coral. A partir de ese momento el mundo de piedra ya estuvo completo y todos vivieron felices.

El viejo reloj

Cuando murió el abuelo, el viejo reloj del pasillo empezó a morir con él hasta que acabó olvidado en un rincón del desván. Un día, Ramón, el niño de la casa, subió al trastero en busca de un sombrero para jugar a los piratas y se encontró el viejo reloj del abuelo. Intentó arreglarlo, pero se dio cuenta de que no tenía números, así que salió en busca de ellos. El número 1 trabajaba como arpón para un pescador, el 2 hacía de pato en un puesto de feria, el 3 hacía de gaviota en un bonito cuadro; el 4, por su parte, servía como pata a una cigüeña que había perdido la suya, el 5 marcaba la velocidad máxima en una señal de tráfico, el 6 era la casa de un caracol, el 7 estaba cosido al traje de un payaso, el 8 hacía de nube en el cielo, el 9 hacía de lazo para un vaquero, el 10 servía como juguete para un niño, el 11 servía de soporte para practicar salto de altura y, por último, el 12 trabajaba como encantador de serpientes.
Todos los números habían crecido y habían encontrado nuevos trabajos en los que eran felices, así que Ramón decidió volver a casa y pintar nuevos números, que llenos de colorido hicieron que el viejo reloj del abuelo recuperase su alegre y monótono tic-tac.

El barco en la botella

Un bonito barco vivía encerrado en una botella, y era feliz porque pensaba que aquella botella era el único mundo que existía. Pero era tan bonita la botella que el dueño decidió hacerse coleccionista de barcos en botella. Compró multitud de barquitos y los puso todos en la vitrina, de modo que nuestro barquito vio que su mundo no era real, que el verdadero mundo estaba fuera de las botellas. Entonces todos los barquitos se pusieron de acuerdo y empujaron al unísono para romper las botellas. Después, navegaron por las alcantarillas hasta llegar al verdadero mar, donde fueron felices como barcos de verdad.

El guardián de la torre

Había una vez un barrio que destacaba por su asombrosa belleza. Sus vecinos estaban muy orgullosos de su obra, así que decidieron levantar una torre muy alta para que su barrio se viese desde toda la ciudad.
Sin embargo, un hombre se metió en la torre y se asomó desde arriba. Su posición y el gesto de su barbilla le hacían parecer grande y poderoso. Al hombre le gustó la sensación, así que se quedó a vivir en la torre y cada mañana repetía el saludo. Pero llegó un momento en que empezó a saludar con la mano, esperando que la gente le reverenciara, y comenzó a hacer circular rumores que él mismo inventaba sobre sus poderes mágicos. Por eso, todos empezaron a tenerle miedo y se arrepintieron de haber construido la torre.
Finalmente, cuando la situación se hizo insostenible por la actitud altiva del guardián, el barrio se unió para ponerse de acuerdo en destruirla. Para ello, todos se olvidaron de la torre y de los sueños que habían puesto en ella. Entonces, la torre empezó a envejecer hasta que, al final, quedó reducida a escombros.
A la mañana siguiente, todos se pusieron de acuerdo para reconstruir el edificio, pero esta vez no sería una torre, sino una construcción de una sola planta para que nadie pudiera mirar desde arriba a la gente y donde todos tuvieran el mismo protagonismo.
Cuando colocaron las pizarras en el tejado, la luz del sol reflejada en ellas se elevó aún más alto que la antigua torre y siguió viéndose desde toda la ciudad.

El espantapájaros y el bailarín

Un espantapájaros estaba hecho con una guitarra, escobas y paja. Todas esas cosas habían estado antes llenas de movimiento, pero ahora tenían que estar quietas en medio del campo, por eso el espantapájaros estaba triste.
El Señor Justo, el dueño del campo, le había colocado ahí para que espantara a los pájaros que querían comerse los cereales, pero al espantapájaros no le gustaba ese trabajo, porque le gustaban los pájaros, por eso no estaba contento.
Un día vino un bailarín y enseñó a bailar al espantapájaros. Desde ese momento, el espantapájaros, cuando terminaba de trabajar, se pasaba toda la noche bailando. Sin embargo, al amargado Señor Justo, no le gustaba que bailase, así que se lo prohibió. El espantapájaros le replicó y recibió una bofetada como contestación. No quería disgustar a su amo, pero le era inevitable bailar, así que siguió haciéndolo
Al cabo de unos días el Señor Justo volvió a verle bailando, de manera que empezó a darle una y otra bofetada hasta que del espantapájaros sólo quedó la ropa, un levitón de viejo titiritero. Se levantó una bocanada de aire y el levitón comenzó a elevarse por los aires, girando y girando en su mejor baile. Todo el pueblo, que se había congregado al oír sus gritos, le aplaudió con fuerza mientras todos los pájaros empezaron a comerse el sembrado sin que el Señor Justo pudiese hacer nada.

La pajarita de papel

Tano tenía seis años y, por su cumpleaños, le pidió a su padre que le hiciese una pajarita de papel. Su padre, que ya no se acordaba de hacerlas, fue a una librería y compró un libro que enseñara cómo hacerlas. Al principio le salían mal, pero, finalmente, consiguió hacer una maravillosa. Sin embargo, al niño no le gustó, porque decía que la pajarita estaba triste.
El padre lo intentó todo para que la pajarita dejara de estar triste: la hizo volar, la hizo cantar, incluso la pintó de colores, pero la pajarita no dejaba de estar triste. Finalmente, el padre pidió consejo al más sabio de los sabios, y éste le dijo que una pajarita, para ser feliz, no necesitaba ni volar, ni cantar ni hermosos colores, sino que lo único que necesita es no estar sola. Por ello, el padre de Tano llegó a casa y se puso hacer muchas pajaritas, entonces la pajarita se puso feliz y todas juntas volaron por la habitación sin necesidad de ningún aparato.

Crítica y valoración

El libro me parece un buen conjunto de cuentos para alumnos de edad temprana. Cada uno de ellos ensalza valores como la amistad, el compañerismo, el respeto, el esfuerzo, la solidaridad, etc., muy necesarios para la formación de los niños.
En especial, El hombrecito de gris y El guardián de la torre tienen un significado que no es el de un inocente cuento, sino que van mucho más allá y esconden reivindicaciones de tipo social y político que ayudarán al niño a iniciarse en estos derroteros y a empezar a formarse su propia opinión.
Sin embargo, todos ellos, pese a tener connotaciones más allá del mismo cuento, resultan amenos y divertidos para el niño, de modo que incentivará su afición por la lectura y les animará a seguir leyendo.

Conclusión

Se trata de una obra destinada a un público infantil que tratará de que los niños, a la vez que se entretengan y descubran el placer de la lectura, puedan extraer otro significado de los cuentos. Es decir, aparte de admirar la belleza del cuento, de si el final es bonito o triste, el profesor deberá encargarse de que el niño realmente extraiga de los cuentos los significados que el autor pretendía. De esta forma, el libro servirá también para inculcar al público infantil valores muy necesarios para su formación como persona. Así, a la vez que despertando su interés por la literatura, estaremos formando seres humanos con una serie de valores fundamentados en el respeto, el compañerismo y la amistad, principalmente.

2 comentarios:

  1. Hola estoy muy interesada en los libros de este autor, pero de la saga de Tano, si los tienes me gustaria tenerlos. Gracias

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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