Noche de Éxtasis
Campos
de fresas es, sin duda, una de las obras que mayor
popularidad ha alcanzado entre los adolescentes. De hecho, es, y muy
probablemente seguirá siéndolo, una de las lecturas más recomendadas en la ESO.
Su historia (próxima a la realidad de los jóvenes de ayer y de hoy), su lenguaje
sencillo y cercano, su estructura -constituida por episodios breves que van
marcando una secuencialidad en el tiempo, una cuenta atrás- que ayuda a
mantener en alerta la atención de un lector que queda atrapado desde la primera
página, desde el momento en que descubre que algo malo le ha sucedido a una
chica de 17 años y que por tanto, tiene que conocer el desenlace.
Jordi
Sierra i Fabra es el autor de esta novela de mensaje directo para todos esos “niños”
que arrastrados por la corriente de una presunta y malintencionada modernidad,
o que invadidos por el deseo de “hacerse mayores” sin pasar por un necesario
proceso intermedio, caen inmersos en una espiral de descontrol y desenfreno de
la que sólo se puede salir si es uno mismo el que lucha y se impone a ello. Vivir,
por tanto, ¡Sí!, pero vivir siendo conscientes de que lo más preciado es la
vida misma. Y esa es la gran reflexión que plantea Campos de fresas.
Luciana
es la gran protagonista de esta historia, el eje en torno al cual gira toda la
trama. Esta adolescente tenía todo lo importante para sentirse plena y feliz: una
familia que la arropaba, su grupo de amigos y su novio; además de ser una chica
inteligente, guapa y divertida; sin embargo, todo parece evaporarse en un abrir
y cerrar de ojos tras una fatídica noche en la que decide, junto a su pandilla,
experimentar las posibilidades de un nuevo mundo: el mundo de las drogas, en el
que todos entran por curiosidad y ya nunca saben cuándo van a salir.
Luciana
cae desplomada en el centro de la pista tras sufrir un golpe de calor a
consecuencia de un éxtasis. Mientras, a su alrededor, todo sigue vibrando al
ritmo de una música estridente, ajenos todos a una realidad que bien podría haber
sido la de cualquiera de ellos. Luciana entra en coma y a partir de este
momento la vida de quienes la rodeaban y más la querían, ya no volverá a ser la
de antes.
Asustados
y paralizados por el shock Cinta, Máximo y Santi, sus amigos, asumirán las
consecuencias de lo ocurrido y con ello, su culpabilidad, pues ellos también
incurrieron en el mismo error que Luciana. Y aquello que horas antes les había
simulado el paraíso (luces de neón, gente bailando desinhibida, música elevada
y minutos y minutos por delante de loca y agitada diversión) les parecía ahora
un mundo extraño y casi surrealista. Habían pasado, sin casi apenas darse
cuenta, de niños a adultos. Un paso de gigante que nos invita a pensar que
ciertamente los adolescentes, o tal vez las personas en general, maduran a base
de golpes, y eso es lo realmente preocupante y triste, que a veces tienen que
suceder cosas indeseables para conseguir despertar de su letargo a la sociedad.
Y
es que la nuestra es la cultura del individualismo, en la que mientras no
seamos los directamente implicados todo marcha bien, cuando la realidad es que estamos
expuestos al riesgo en multitud de ocasiones, a veces consciente y otras,
inconscientemente. Pero tal vez nos hayan enseñado así y ahora ya hemos
interiorizado que necesitamos de una dura advertencia para empezar a reaccionar.
Eloy,
el novio de Luciana, se presenta ante los ojos del lector como el joven
responsable, pues mientras sus amigos disfrutaban de la noche del viernes, él
estaba en casa estudiando para sus exámenes. Sin embargo, tras haber juzgado a
sus amigos por lo ocurrido, se da cuenta de que él hubiese actuado del mismo
modo, arrastrado a subirse en el mismo vagón que en de la mayoría para evitar
sentirse como el extraño (“¿A quién
quería engañar? Máximo tenía razón: Luciana era tozuda. Se habría tomado
aquella cosa igualmente. Y probablemente él también lo hubiera hecho, para no
parecer idiota, para acompañarla en todo”. Pag.59).
En
Eloy vemos reflejada la pasión genuinamente adolescente del primer amor, vivido
con arrolladora intensidad, como si el mundo, su mundo, empezara y terminara cada
día en esa persona a la que aman. (“Estaba
en casa de Alfredo, uno un poco pirado, y oyó decir que iba a llegar <<la
Karpov>>. Pero aun antes de saber que era ella, ya se había enamorado.
Desde el momento en que entró en la casa se le paró el corazón en el pecho (…).
Ya eran novios, pero él quería el compromiso definitivo, para empezar a hacer
planes”. Pag 58 y 59).
Loreto,
la inseparable amiga de Luciana, tampoco salió aquella fatídica noche, pues su
enfermedad: la bulimia, la estaba dejando ya sin apenas fuerzas para sostenerse
en pie. Los médicos se lo habían avisado en reiteradas ocasiones, pero esta iba
a ser la última: si no afrontaba su problema y empezaba a poner de su parte, se
moriría. Pero, ni sus padres (volcados en tratar de ayudarla), ni los médicos,
ni el reflejo de su estremecedora silueta en el espejo habían conseguido
asustarla hasta el punto de hacerle reaccionar, pero bastó ver a su gran amiga
en ese profundo estado de debilidad, debatiéndose entre la vida y la muerte y
luchando por sobrevivir, para que ella se decidiera a querer salir del pozo en
el que estaba sumida. (“(…) Quiero que
sepas que hoy no he vomitado. ¿Qué te parece? No he vomitado, y lo he hecho por
ti, créeme. Por ti (…) Hagamos un pacto, ¿vale? Un pacto. Yo comeré, aunque
estalle (…) pero tú tienes que seguir viviendo para estar a mi lado”. Pag.101).
Una
familia unida ante el dolor y la desesperanza, un grupo de amigos abocados a
convertirse en adultos sin filtros intermedios, una vida que podía haber sido
truncada como resultado de una grave irresponsabilidad, etc. estos son los
temas que constituyen el esquema matriz de esta obra que invita a la reflexión
en muchos momentos, como podría ser el de cuestionar la ética profesional del
periodista, que no duda en colarse en la habitación para fotografiar a la joven
en coma y conseguir así su exclusiva, sea con fines bien intencionados o no,
cabría preguntarnos ¿dónde están los límites?
Si
algún día tengo la maravillosa oportunidad de ejercer como profesora, sí
recomendaré la lectura de esta obra a mis alumnos porque Campos de fresas,
inspirada en un caso real, es el vivo reflejo de una realidad que
desafortunadamente, nunca pasa de moda. Y aunque el final de la misma es feliz,
la vida nos demuestra día a día que no siempre los desenlaces terminan como en
los cuentos.
AIDA PASTOR
BENEYTO
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