jueves, 17 de enero de 2013

Cartas de Invierno

 
Axel Ramírez Vitoria/ Cartas de invierno, novela juvenil escrita por Agustín Fernández Paz y ganadora del Premio Rañolas de 1995, traslada diversos mitos lovecraftianos a la Galicia del siglo XX. De los altares en rincones olvidados de una ficticia parte de Nueva Inglaterra, marcados con símbolos prehumanos. a las muy reales ruinas de castros y petroglifos de Mogor.

Es una excelente lectura para introducir al lector adolescente en un terror más adulto y universal, sin dejar de ser más que asequible para un público joven.


Estilo sencillo y directo


La novela consta de tres partes claramente diferenciadas: una introducción y una conclusión en verbo pretérito y narrador omnisciente, cuya protagonista es la hermana de Xabier Louzao, un ficticio escritor de éxito, y un cuerpo formado por diversas cartas escritas entre éste y su amigo Adrián Novoa, pintor de renombre internacional.

En las misivas casi todo tiempo es presente y la narración es en primera persona. Las cartas constituyen un pequeño flashback, pero su orden cronológico facilita que el lector no se pierda.

El lenguaje utilizado es tan sencillo como la narración: descripciones cortas, ausencia de diálogos, léxico asequible, escasez de figuras retóricas (con unos pocos símiles usados con mesura) y una ausencia total de diálogos: la narración es la reina.

Sin embargo, Fernández Paz suple esta a priori carencia de dinamismo con abundancia de verbos y la acción constante. Pese al fuerte componente epistolar de la novela, que sugeriría un ritmo pausado y quizá algo aburrido, mantiene al vilo al lector presentándole secuencia tras secuencia de acciones, con escasos periodos de descanso para los protagonistas.

El modo en que el autor integra las cartas en la narración, presentando primero a una lectora modelo, induce a que el leyente se involucre, investigue junto a la angustiada hermana. El apoyo de material gráfico, como recortes de periódico, bocetos de las inscripciones en las diversas piedras o fax a modo de prueba contribuye a esta atmósfera de misterio y consigue sumergir todavía más al lector en la trama.

Para provocar la máxima identificación del joven con esta suerte de protagonista (en realidad son tres) y que, de este modo, se sume al proceso, Fernández Paz le presenta varios temas para seducirlos.

Temas cebo


En la primera parte y al comienzo de las misivas, en la nota explicativa del hermano escritor, el autor introduce ciertos conceptos que podrían despertar el interés de un lector adolescente, como el amor no correspondido, el misterio, el miedo, la muerte de la madre, la relación con un hermano mayor...

Cabe destacar el descontento de pintor y escritor con los profesores y aquello que se enseña en las instituciones: en boca de Xavier, llega a manifestar que el único plan de los docentes universitarios es extinguir la sed de conocimiento. Por otro lado, atribuye el éxito de ambos a su talento, iniciativa y suerte. De esta manera, consigue que un lector posiblemente receloso de su éxito en campos más bien académicos se deba a cualidades que él mismo suele apreciar. De esta manera logra que empatice con ellos.

Sin embargo, Cartas de invierno no profundiza en estos temas: los presenta para establecer nexos de unión con el lector, que se interese por la narración. Y la narración es lo suficientemente trepidante, enigmática y cautivadora como para lograr engancharlo definitivamente. Los ingredientes principales para que resulte tan atractivo para al joven lector los toma prestados de Howard Phillips Lovecraft, que a su vez ha conquistado a generaciones de lectores.

Destilado de la narrativa lovecraftiana...


No es de extrañar que Fernández Paz aluda directamente a los mitos de Cthulhu de Lovecraft, teniendo en cuenta los temas centrales, características e ideas que extrae de la mayor parte de las obras del escritor estadounidense: la obsesión, el descenso a la locura, la atracción y peligro fatales que ejerce el pasado en los protagonistas, la cripta, el descenso a las entrañas de la tierra, la asociación del hedor con la podredumbre moral, el libro encantado o poseído con ruines intenciones, el amor por la tradición y arquitectura, los vestigios mágicos y perversos de épocas remotas, la soledad y aislamiento, el enriquecimiento del indiano de modo misterioso y en ultramar (tributo al relato seminal de los mitos), la transformación física o involución...

Especialmente lovecraftianos resultan la elección de protagonistas y la narración. Pintor y escritor son dos de los personajes más socorridos de la mitología del autor. Sobre todo este último, que introduce al lector en el conflicto de la razón contra lo sobrenatural y representa invariablemente el álter ego del autor, que en este caso tiene una connotación especial, como veremos más adelante.

Por otro lado, nos encontramos ante otra crónica de una muerte anunciada. Connatural a este recurso, la práctica totalidad de las obras del escritor nacido en Providence están escritas en primera persona a modo de diario, carta o nota de suicidio, y, al menos en su cuerpo, esta obra es exactamente igual. Pero es en este elemento en el que Fernández Paz comienza a desviarse del modelo incorporando el narrador omnisciente al principio y final de la obra, envolviendo las cartas. Introduce elementos a fin de facilitar la identificación y comprensión por parte del lector.

...Hibridado con el misterio tradicional


Porque el lector de esta crítica no debería hacerse la idea de que se trata de un cortapega, una copia menor de las obras de Lovecraft y sus colaboradores: Fernández Paz selecciona elementos de terror cósmico y cuentos populares, ficción actual e incluso leyendas y localizaciones gallegas, ofreciendo elementos familiares al lector. Así, actualiza el relato sumando la interacción con teléfonos y fax, incluye obras de arte con vida propia (universal recurso que también empleara Lovecraft en relatos como El caso de Charles Dexter Ward), el omnipresente desván, los cuentos infantiles de miedo, la Santa Compaña o el “Laberinto de Mogor”.

Y es que la localización de la novela es fundamental para entender la obra, toda una loa a las tierras y tradiciones gallegas.

Una historia de terror gallega


Amén de ambientar el relato en Compostela e introducir leyendas locales, el escritor manifiesta su amor por la tierra que le vio nacer a lo largo del libro (no en vano, la obra original está escrita en gallego), sobre todo en boca de los protagonistas. Especialmente de Xabier Louzao, con el que se identifica y, de igual manera que Lovecraft, alaba la tradición y arquitectura local y carga contra el olvido y la intromisión foránea.

Así, Fernández Paz denuncia la invasión de la flora por parte de pinos y eucaliptos, defiende la lengua gallega (escribir en ella no ha resultado detrimento alguno para el escritor de éxito), expone el desempleo crónico, denuncia la falta de mantenimiento del torreón de los Andrade, recuerda ediciones históricas de obras de escritores gallegos, se maravilla con la arquitectura gallega, señala a los que la desfiguran...

Un libro puente


Con su excelente ambientación, se trata de una recomendación ideal para los institutos gallegos, cuyos alumnos reconocerán inmediatamente referencias y localizaciones, pero también para todo docente que desee tratar con sus alumnos la historia, arqueología y leyendas gallegas. Además, con este libro se puede abordar la redacción de misivas.

Pero su principal virtud reside en introducir al joven lector al horror adulto, cósmico y abstracto, sin emplear la ampulosa escritura de los autores convencionales. Al contrario que la mayor parte de cuentos de misterio infantiles, este clásico juvenil no soluciona de forma feliz la trama. El manido final en el que todo resulta ser una broma es sugerido para luego ser aplastado por la cruel realidad. No hay respuestas finales satisfactorias y sí decenas de cabos sueltos que el lector avezado debe responder por sí mismo.



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