Axel Ramírez Vitoria/ Cartas
de invierno, novela juvenil escrita por Agustín
Fernández Paz y ganadora del Premio Rañolas de 1995, traslada
diversos mitos lovecraftianos
a la Galicia del siglo XX. De los altares en rincones olvidados
de una ficticia parte de Nueva Inglaterra, marcados con símbolos
prehumanos. a las muy reales ruinas de castros y petroglifos
de Mogor.
Es una excelente lectura
para introducir al lector adolescente en un terror más adulto
y universal, sin dejar de ser más que asequible para un público
joven.
Estilo sencillo y directo
La novela consta de tres
partes claramente diferenciadas: una introducción y una
conclusión en verbo pretérito y narrador omnisciente,
cuya protagonista es la hermana de Xabier Louzao, un ficticio
escritor de éxito, y un cuerpo formado por diversas cartas
escritas entre éste y su amigo Adrián Novoa, pintor de renombre
internacional.
En las misivas casi todo
tiempo es presente y la narración es en primera persona. Las
cartas constituyen un pequeño flashback, pero su orden
cronológico facilita que el lector no se pierda.
El lenguaje
utilizado es tan sencillo como la narración: descripciones
cortas, ausencia de diálogos, léxico asequible, escasez de figuras
retóricas (con unos pocos símiles usados con mesura) y una ausencia
total de diálogos: la narración es la reina.
Sin embargo, Fernández
Paz suple esta a priori carencia de dinamismo con abundancia de
verbos y la acción constante. Pese al fuerte componente
epistolar de la novela, que sugeriría un ritmo pausado y quizá algo
aburrido, mantiene al vilo al lector presentándole secuencia
tras secuencia de acciones, con escasos periodos de descanso para los
protagonistas.
El modo en que el autor
integra las cartas en la narración, presentando primero a una
lectora modelo, induce a que el leyente se involucre,
investigue junto a la angustiada hermana. El apoyo de material
gráfico, como recortes de periódico, bocetos de las
inscripciones en las diversas piedras o fax a modo de prueba
contribuye a esta atmósfera de misterio y consigue sumergir todavía
más al lector en la trama.
Para provocar la máxima
identificación del joven con esta suerte de protagonista (en
realidad son tres) y que, de este modo, se sume al proceso, Fernández
Paz le presenta varios temas para seducirlos.
Temas cebo
En la primera parte y al
comienzo de las misivas, en la nota explicativa del hermano escritor,
el autor introduce ciertos conceptos que podrían despertar el
interés de un lector adolescente, como el amor no correspondido,
el misterio, el miedo, la muerte de la madre, la relación con un
hermano mayor...
Cabe destacar el
descontento de pintor y escritor con los profesores y aquello que se
enseña en las instituciones: en boca de Xavier, llega a manifestar
que el único plan de los docentes universitarios es extinguir la sed
de conocimiento. Por otro lado, atribuye el éxito de ambos a su
talento, iniciativa y suerte. De esta manera, consigue que un
lector posiblemente receloso de su éxito en campos más bien
académicos se deba a cualidades que él mismo suele apreciar. De
esta manera logra que empatice con ellos.
Sin embargo, Cartas de
invierno no profundiza en estos temas: los presenta para
establecer nexos de unión con el lector, que se
interese por la narración. Y la narración es lo
suficientemente trepidante, enigmática y cautivadora
como para lograr engancharlo definitivamente. Los
ingredientes principales para que resulte tan atractivo para al joven
lector los toma prestados de Howard Phillips Lovecraft, que a su vez
ha conquistado a generaciones de lectores.
Destilado de la narrativa lovecraftiana...
No es de extrañar que
Fernández Paz aluda directamente a los mitos de Cthulhu de
Lovecraft, teniendo en cuenta los temas centrales, características e
ideas que extrae de la mayor parte de las obras del escritor
estadounidense: la obsesión, el descenso a la locura, la
atracción y peligro fatales que ejerce el pasado en los
protagonistas, la cripta, el descenso a las entrañas de la tierra,
la asociación del hedor con la podredumbre moral, el libro encantado
o poseído con ruines intenciones, el amor por la tradición y
arquitectura, los vestigios mágicos y perversos de épocas
remotas, la soledad y aislamiento, el enriquecimiento del indiano de
modo misterioso y en ultramar (tributo al relato seminal de los
mitos), la transformación física o involución...
Especialmente
lovecraftianos resultan la elección de protagonistas y la
narración. Pintor y escritor son dos de los personajes
más socorridos de la mitología del autor. Sobre todo este último,
que introduce al lector en el conflicto de la razón contra lo
sobrenatural y representa invariablemente el álter
ego del autor, que en este caso tiene una connotación
especial, como veremos más adelante.
Por otro lado, nos
encontramos ante otra crónica de una muerte anunciada.
Connatural a este recurso, la práctica totalidad de las obras
del escritor nacido en Providence están escritas en primera persona
a modo de diario, carta o nota de suicidio, y, al menos en su cuerpo,
esta obra es exactamente igual. Pero es en este elemento en el que
Fernández Paz comienza a desviarse del modelo incorporando el
narrador omnisciente al principio y final de la obra, envolviendo las
cartas. Introduce elementos a fin de facilitar la identificación
y comprensión por parte del lector.
...Hibridado con el misterio tradicional
Porque
el lector de esta crítica no debería hacerse la idea de que se
trata de un cortapega, una copia menor de las obras de Lovecraft y
sus colaboradores: Fernández Paz selecciona elementos de terror
cósmico y cuentos populares, ficción actual e incluso leyendas y
localizaciones gallegas, ofreciendo elementos familiares al
lector. Así, actualiza el relato sumando la interacción con
teléfonos y fax, incluye obras de arte con vida propia (universal
recurso que también empleara Lovecraft en relatos como El
caso de Charles Dexter Ward), el omnipresente desván, los
cuentos infantiles de miedo, la Santa
Compaña o el “Laberinto
de Mogor”.
Y es
que la localización de la novela es fundamental para entender la
obra, toda una loa a las tierras y tradiciones gallegas.
Una historia de terror gallega
Amén
de ambientar el relato en Compostela e introducir leyendas locales,
el escritor manifiesta su amor por la tierra que le vio nacer a
lo largo del libro (no en vano, la obra original está escrita en
gallego), sobre todo en boca de los protagonistas. Especialmente de
Xabier Louzao, con el que se identifica y, de igual manera que
Lovecraft, alaba la tradición y arquitectura local y carga contra el
olvido y la intromisión foránea.
Así,
Fernández Paz denuncia la invasión de la flora por parte de pinos y
eucaliptos, defiende la lengua gallega (escribir en ella no ha
resultado detrimento alguno para el escritor de éxito), expone el
desempleo crónico, denuncia la falta de mantenimiento del torreón
de los Andrade, recuerda ediciones históricas de obras de escritores
gallegos, se maravilla con la arquitectura gallega, señala a los que
la desfiguran...
Un libro puente
Con
su excelente ambientación, se trata de una recomendación ideal
para los institutos gallegos, cuyos alumnos reconocerán
inmediatamente referencias y localizaciones, pero también para todo
docente que desee tratar con sus alumnos la historia, arqueología y
leyendas gallegas. Además, con este libro se puede abordar la
redacción de misivas.
Pero
su principal virtud reside en introducir al joven lector al horror
adulto, cósmico y abstracto, sin emplear la ampulosa escritura
de los autores convencionales. Al contrario que la mayor parte de
cuentos de misterio infantiles, este clásico juvenil no soluciona de
forma feliz la trama. El manido final en el que todo resulta ser una
broma es sugerido para luego ser aplastado por la cruel realidad. No
hay respuestas finales satisfactorias y sí decenas de cabos
sueltos que el lector avezado debe responder por sí mismo.
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