Víctimas de su destino:
En 1967 una joven llamada Susan
E. Hinton dio vida a una de las novelas que aún hoy, a pesar de todo el tiempo
transcurrido, sigue siendo un referente clave dentro de las obras de literatura
juvenil. Rebeldes, como así se llamó, se consagró ya por entonces como
la piedra filosofal de los adolescentes de la época. Su temática atemporal, el
carisma natural de sus personajes y la cercanía transmitida por cada uno de
ellos; así como su fácil y atractiva lectura, reforzada por una alta calidad
lingüística y literaria, fueron los factores responsables del éxito cosechado
por esta novela que sigue siendo protagonista en muchas de las aulas de todo el
mundo.
Ponyboy
Curtis,
protagonista de la historia, era el menor de tres hermanos huérfanos: Sodapop, el hermano mediano y Darry el hermano mayor. Eran pobres,
siempre lo habían sido y de hecho, vivían en East Side, uno de los suburbios
más conocidos de la isla de Manhattan; pero sin embargo, aún a pesar de su
delicada situación económica, siempre habían sido felices, pues eran una
familia humilde y muy unida hasta que un día todo se truncó. Sus padres
murieron en un accidente de tráfico y ya nada volvió a ser igual en sus vidas.
Darry, quien siempre había soñado con ir a la universidad, tuvo que abandonar
su gran meta para convertirse de la noche a la mañana en un responsable y
comprometido cabeza de familia con sólo veinte años.
Johnny Cade era hijo único, pero lejos de
que esa circunstancia hubiese llevado a sus padres a focalizar en él todo su
cariño y atención, éstos nunca le manifestaron ni la más mínima señal de
afecto; sino todo lo contrario, su padre bebía y pagaba con él los efectos de
una vida de excesos y frustraciones. Por su parte, su madre siempre guardaba
silencio y sus ojos, al contrario que los de Johnny que siempre conservaban una
chispa de ternura y vivacidad, miraban fría y duramente a quien no era más que
un niño de dieciséis años necesitado de amor.
Dallas
Winston, Dally, también era el único hijo de un
matrimonio que se había desentendido por completo de él. Necesitado de afecto,
de valores y de normas, Dally se había ido haciendo a sí mismo como una persona
fría, agresiva y aparentemente imperturbable, víctima de la vida que le había
tocado llevar cuando no era más que un adolescente de diecisiete años.
Two-Bit Matthew y Steve
Randle, el mejor amigo de Sodapop, completaban el corazón de esta pandilla
conocida como los greasers (grasientos), para ellos todo un orgullo y para los socs,
sus rivales, una vergüenza, un símbolo de pertenencia a una clase inferior.
Los greasers habían hecho de los vaqueros, las zapatillas de lona y
sobre todo de la gomina, su sello de identidad. Daba igual en que situación
pudieran encontrarse, y si ésta era más o menos compleja, siempre tenían que ir
peinados al estilo que marcaba su estética: bien engominados, pues su largo y
voluminoso pelo era al fin y al cabo su rasgo más característico.
Sin embargo, aunque aferrarse a
las directrices genuinas de su condición les ayudaba a sentirse vivos y orgullosos de ser quienes el
destino había querido que fueran, su vida estaba marcada por el dolor, el dolor
de no haber sentido nunca el amor paternal o de haberlo perdido cuando más lo
necesitaban; el dolor y la impotencia de saber que difícilmente las cosas
cambiarían y que no tenían más remedio que resignarse a vivir aquello que les
venía impuesto. Dolor porque no sólo habían de sobrellevar la carga de su
apesadumbrado y gris día a día, sino que además, se veían abocados a peleas constantes
y descabelladas con los socs, la pandilla del barrio de West
Side (uno de los más pudientes del corazón de la gran manzana) en definitiva, la
cara opuesta de la moneda a la que ellos representaban.
Sea como fuere, lo cierto es que
greasers y socs, socs y greasers no eran más que un grupo de
adolescentes a los que su núcleo social más cercano había convertido en
víctimas. Los greasers pedían a
gritos afecto y comprensión, amparo en los momentos difíciles y palabras
cargadas de ternura para paliar la tristeza que pudiera sobrevenirles, pues no
eran más que unos niños sedientos de amor. Los socs eran jóvenes a los que sus
padres habían educado en la falsa cultura del materialismo, donde el esfuerzo
representaba un papel poco menos que secundario, pues habían sido
malacostumbrados a tener cuanto deseaban sin que ello les supusiera gran
sacrificio; sin embargo, lejos de sentirse afortunados ante esa situación, ansiaban
que sus padres les impusieran disciplina, normas y límites que les ayudasen a
distinguir la frontera entre lo que está bien y lo que está mal, pues ellos
eran demasiado jóvenes para interpretarlo por sí mismos.
De manera que arrastrados por
una sociedad que de algún modo no había sido justa con ellos, encontraron en la
violencia su válvula de escape. Un camino equivocado y sin retorno que Hinton
quiso retratar en su obra maestra: Rebeldes, una historia sobre el
valor de la verdadera y pura amistad; una historia para reflexionar sobre el
peso determinante que desempeña el amor paternal en la vida de una persona. Una
historia sobre el honor, sobre la capacidad de supervivencia. En definitiva,
una historia dedicada a todos aquellos niños a los que la vida obligó a
convertirse en adultos sin pasos previos, condicionados por unas circunstancias
desfavorables que no jugaron en su favor.
Hinton reflejó en su obra a una
parte de la sociedad juvenil neoyorquina de finales de los sesenta, que
adolecida de muchos males: marginación, familias desestructuras, falta de
valores y atención, etc. optaron por la senda peligrosa del vandalismo,
haciendo verídica la premisa de que “la
violencia sólo engendra más violencia”. Pero lo que esta autora no sabía,
es que esa realidad viviría hasta nuestros días con la misma o mayor intensidad
que la de aquel momento. Y de nosotros, del conjunto de la sociedad, depende
que esa indeseable situación cambie.
Rebeldes es una historia de ayer y de
hoy, cuya lectura puede ser determinante para que nuestros alumnos empiecen a
tomar conciencia del peligro que implica cualquier enfrentamiento y que la
violencia sólo traerá más violencia, pero nunca solucionará nada. El reputado
cineasta Francis Ford Coppola llevó a la gran pantalla en 1982 la adaptación de
esta novela que todos los jóvenes deberían leer al menos una vez en su vida.
AIDA PASTOR BENEYTO
No hay comentarios:
Publicar un comentario