Campos de fresas
Todo comienza
con una llamada, pero no una cualquiera, sino una a mitad de la noche y a unos
padres que duermen mientras su hija de 17 años ha salido de fiesta. Esto no
puede presagiar nada bueno, y así comienza la historia de “Campos de fresas”,
un relato donde su autor, Jordi Sierra i Fabra, aúna con una excelente calidad
narrativa –a la vez que sencilla- los temas que más preocupan a los
adolescentes: fiestas, drogas, amistad y amor. Quizás por esto, se ha
convertido en un libro que no puede faltar en el bagaje lector de todo alumno
de secundaria –más concretamente el segundo ciclo de la ESO-; no importa que la
moneda siga siendo la peseta, son cuestiones que por más que pasen los años no
quedan obsoletas.
La narración
gira en torno a Luciana, una chica de 17 años como otra cualquiera, con su
grupo de amigos, su novio y una familia que la quiere; una joven guapa e
inteligente que estudia y sale de fiesta. Es en este último elemento, donde la
vida de Luciana y de todos los que la rodean, va a dar un vuelco.
Nos situamos en
una noche de viernes, en el contexto de una discoteca, donde un grupo de
jóvenes –los protagonistas de la historia- deciden experimentar nuevas
sensaciones y optan por consumir éxtasis (o Eva) sin tener en cuenta las
posibles consecuencias y sin prever lo que en realidad iba a ocurrir. Esto es,
que la protagonista de la historia, arrastrada por sus amigos con la promesa de
pasar una noche diferente, iba a entrar en coma.
Al principio
todo va bien, los jóvenes bailan extasiados, pero Luciana comienza a
encontrarse mal y cae desplomada en la pista después de sufrir un golpe de
calor. Aquí comienza la verdadera realidad de las drogas y una carrera
frenética de sus amigos por localizar al proveedor de las pastillas -con la
esperanza de hacerse con una y que su análisis pueda ayudar a los médicos a sacar
a Luciana de su estado-. También comienza la lucha de la joven por sobrevivir
(el autor nos introduce en sus pensamientos durante toda la obra) y un
torbellino de sentimientos tanto de la familia como de los amigos, de los que
el autor nos da cuenta.
Por un lado,
tenemos el sentimiento de culpa de los amigos de la joven que, en menor o mayor
grado, van a asumir el peso de las consecuencia durante todo el proceso. Cinta
será la encargada de transmitir la noticia a Eloy, el novio de Luciana –y el
único que no participa en la fiesta del viernes- y a Loreto, componente del
grupo que sufre una enfermedad, más concretamente bulimia. Y por otra lado, a
la familia, unos padres incansables, que permanecen noche y día al lado de la
joven, reflexionando sobre lo ocurrido, pero sin querer hacer frente a la
realidad (a la madre le cuesta más, el padre es más consciente de la situación
y piensa sobre el posible desenlace); y una hermana pequeña, que si bien al
principio se muestra egoísta por las posibles consecuencias que la actuación de
su hermana puede acarrearle, se da cuenta de que la quiere y se mantiene a su
lado, hablándole y demostrándole su cariño.
La amistad juega
un papel importante en el relato, a pesar de que se viven momentos de tensión
entre los amigos por la forma de comportarse de alguno de los miembros del
grupo –Máximo, por ejemplo- en los momentos iniciales. Cada uno de los jóvenes
tiene una situación familiar diferente, lo que hace que su comportamiento o su
forma de ver las cosas sea completamente diferente en ciertos momentos. Pero al
final todos se unen en una misma causa: hacer todo lo posible para que su amiga
salga del coma.
Loreto es la
mejor amiga de Luciana, no salió esa noche y permanece continuamente en casa debido
a su enfermedad. Está en un estado muy crítico, en la línea que la separa de la
recuperación o del camino sin retorno. Advertida por sus padres y los médicos,
y consciente de su extrema delgadez, no es capaz de salir del pozo, vuelve a
provocarse el vómito una y otra vez. Aquí es donde vemos el poder de la
amistad, puesto que saca fuerzas para ir a visitar a su amiga –y hablar con
ella- y decide plantearle un trato, comerá aunque le cueste mantener la comida
en el cuerpo, pero Luciana tiene que seguir viviendo para estar a su lado.
Por otra parte, Eloy
es un joven responsable -decide quedarse en casa el fatídico viernes puesto que
tiene que estudiar-. Tras la llamada de Cinta, reacciona culpando a sus amigos
por la inconsciencia que han cometido, por tomar algo que no saben ni lo que es
e inducir a Luciana –reacia a la ingestión, nunca tomaba nada-. Tras este
primer momento de tensión, Eloy recapacita y nos proporciona una frase muy
clarificadora: “probablemente él también lo hubiera hecho, para no parecer
idiota, para acompañarla en todo”. Así pues, da un vuelco a su actuación y se
centra en encontrar al camello para conseguir una pastilla y en visitar a
Luciana cada vez que tiene ocasión, transmitiéndole en todo momento que va a
salir de esto.
Mientras tanto,
aparecen dos figuras importantes en la historia, que también nos hacen
reflexionar. Por una parte, el Inspector de policía Vicente Espinós, que se
pone manos a la obra para dar caza al camello –Poli García, al que conoce ya de
sobra-; además de esto, es el encargado de mantener una conversación con el
Doctor Pons –el que trata a Luciana- sobre las nuevas drogas y el
desconocimientos sobre su composición (como una forma de aleccionar al lector
sobre las posibles consecuencia de tomarlas). Y por otra parte, Mariano Zapata,
un periodista sensacionalista que no duda en emplear el engaño para conseguir
ante todo una foto de la joven en coma y poder así redactar una noticia
impactante; todo ello escudándose en una hipotética labor social, como
prevención para que los jóvenes no tomen drogas. El periodista y el Inspector
tendrán varios encontronazos por la falta de ética del primero, ya que Vicente
Espinós sabe cómo es y su forma de presentar las informaciones.
Tras los
primeros momentos de dudas, tensión, incertidumbre y reproches, la historia se
juega como una partida de ajedrez –Luciana es aficionada a este juego-. Cada
uno de los personajes irá haciendo sus movimientos, todos ellos encaminados a
un objetivo común: que Luciana se recupere.
Así pues, los
amigos consiguen dar caza al camello, en una frenética persecución en la que
también participa la policía –pero queda en segundo plano-, y cuando todo
parece perdido, porque Poli consigue tirar las pastillas por una alcantarilla
antes de morir –a consecuencia de una caída en la que se golpea el cráneo-,
Cinta consigue hacerse con la deseada pastilla. En cuanto a la protagonista, a
pesar de que se viven momentos en los que parece que el desenlace va a ser
trágico –lo que también sirve al autor para concienciarnos sobre la importancia
de donar los órganos-, y que Luciana parece optar por dejarse ir, al final
sobrevive, decide luchar por alejarse de la oscuridad en la que se encuentra
sumida, por ella y por todos los que la rodean.
Jordi Sierra i Fabra:
Campos de Fresas. Ediciones SM, 1997.
ISBN:
84-226-6846-7
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