El Premio Nadal de 2001 por El niño de los coroneles de Fernando
Marías supuso el triunfo absoluto de este escritor bilbaíno, que desde
aquel momento se dedicó a pleno ritmo a publicar libros. Para ello, podemos
decir que en la actualidad cuenta ya con una obra sólida y un buen número de
lectores: el Premio Primavera de 2010, conseguido por Todo el amor y toda la muerte, representa el corolario perfecto de
un recorrido profesional que asocia a partes iguales el talento literario y el
deseo de alcanzar a su público. El
vengador del Rif constituye una de sus primeras novelas de literatura
infantil, publicada en el 2000; de tema
histórico-militar, inherente a la Guerra de Marruecos, presenta
una cuidada ambientación histórica, una trama apasionante y un estilo ágil y
sugestivo. En efecto, la narración se desliza de manera tal que consigue que el lector no se imagine cómo acabará la historia hasta las
últimas páginas, en las que todas las fichas del mosaico encajan a la
perfección: el relato, pues, termina en el mismo punto en el que comienza, de
manera cíclica, con un escritor a punto de empezar una novela.
La editorial Anaya
no incluye dibujos o ilustraciones en su edición, sin embargo presenta una cronología temática (acontecimientos
políticos, económicos y culturales) que puede resultar útil para situar a los
lectores en la época histórica de referencia (finales siglo XIX, principios
siglo XX), facilitándoles la comprensión del contexto en el que se sitúan los
hechos. El 27 julio de 1909
se produjo, en el Marruecos colonizado por España, el llamado “Desastre del
Barranco del Lobo”, desastre militar de las tropas españolas en el que fueron
asesinados muchos soldados por tiradores rifeños, hartos de la invasión
extranjera. La protección de los intereses de las compañías mineras de la zona
obligaba a traer más tropas desde la Península; los reclutados por fuerza, en
muchos casos hombres casados y con trabajo fijo, sin embargo, se negaron a ser
embarcados hacia una guerra que consideraban lejana y cruel, y su protesta
desembocó en varias revueltas populares. El
vengador del Rif está
ambientado en esta época de protestas de los
militares españoles en Melilla, mediante
una novela de aventuras en la que no faltan varias
pinceladas de humor que contribuyen a darle un aire menos gravoso y más ameno. Por
todas estas razones, creo que sería aconsejable proponer la obra a partir de 4º
de la ESO, etapa en la que los alumnos presentan un nivel de madurez que les
permite destacar los paralelismos
entre los colonialismos imperialistas presentes en la obra y los de hoy:
guerras para adueñarse de yacimientos de oro por un lado, guerras por la
posesión del petróleo, como ocurre por ejemplo en Irak.
Un aspecto destacable de la obra es que presenta una estructura como la de
las Matriovskas: una historia que encierra una historia que a su vez encierra
otra más pequeña: nos encontramos primero con el desenlace que ocurre en
nuestros días, un guionista que recibe el
encargo de escribir el argumento de una película ambientada en el Marruecos español. Este personaje, pues, se pondrá en contacto con el escritor Jesús María
Sáez de la Encumbrada, para comentar una obra suya en la que relata los
acontecimientos inherentes a las revueltas de los rifeños en Melilla, probable
telón de fondo de la película. Esta primera parte actúa como envase exterior de
toda la obra. Al mismo tiempo, después de su encuentro con el escritor, se
materializa un manuscrito que constituye el nudo central de la novela: El vengador del Rif, con personajes y
ambientación totalmente distintos. En efecto, en este caso el narrador es
Joaquín Diestro Ruiz, un joven recluta con anhelos de “honor, gloria y
heroísmo, sentimientos de grandeza que en un futuro inminente y espléndido
imaginaba yo que conformarían mi vida” (pág.27) para seguir las huellas del
padre, capitán de Caballería. Sin embargo, los acontecimientos de su vida no le
irán proporcionando estos profundos valores, ya que “era prisionero de una tela
de araña tejida a mi alrededor con indignidad y deshonor” (pág.68). Un grupo de
oficiales, aprovechando las revueltas de las tribus rifeñas y las leyendas sobre minas de oro, montan una
estafa en la que se dedican a defraudar a los ricos españoles interesados en comprar,
pagando por adelantado el derecho a explotar una supuesta mina de oro.
Evidentemente, antes de llegar al lugar del terreno, una partida de cabileños, compuesta
por tiradores mercenarios pagados por los oficiales, les tendía una emboscada
obligándoles a dar marcha atrás. Joaquín, un poco por amor hacía su familia,
pero sobre todo por su cobardía e ineptitud: “según avanzaba me asustaban –o me
tentaban- inconcretos espectros: mi madre y hermano, salpicados por el
escándalo y arruinados; yo, expulsado con infamia del ejército (…). No,
comprendí de pronto: no tenía valor para dar ese paso.”, no denuncia al grupo
de oficiales como el uniforme le imponía y se convierte en un compinche pasivo,
que se deja transportar por los acontecimientos, sin personalidad: en este
aspecto el protagonista es el prototipo del antihéroe. A través de la historia de El vengador
del Rif, además, aparece el primero de los dos fragmentos del cuento Los amantes de arena, una historia de
amor escrita para bendecir la unión entre dos enamorados, hijos de familias
ancestralmente enemistadas; será precisamente esta última historia el motivo
desencadenante de toda la serie de asesinatos que se irán sucediendo. Debido a
la muerte, a manos de Joaquín en una de estas falsas emboscadas, del padre de El vengador
del Rif, autor de Los amantes de la
arena, éste último, que logra huir de la matanza con la segunda parte del
relato, jura vengarse. Para ello, uno tras del otro, todos los implicados en la
estafa reciben cartas anónimas que anuncian su próxima muerte, y esto provoca
un clima de ansiedad, miedo, sensación y deseo de traición en el grupo: nadie
puede confiar en nadie, la sospecha rompe el equilibrio llevándoles, incluso, a
realizar actos extremos: “Al final lo ha hecho… se ha matado” (pág.98). Morirán
casi todos, excepto el teniente Diestro. Así termina la historia relatada en el
manuscrito. En los últimos dos capítulos, Marías nos remite a nuestros días, volviendo
al guionista y su huésped, que es en realidad el hijo de Joaquín, quien “murió
angustiado (…) nunca dejó de temer la visita del pasado, la visita del vengador
del Rif” (pág.109-110). El teniente Diestro, pues, hasta sus últimos instantes
de vida, demuestra la debilidad de su personalidad, su cobardía. Los dos
personajes reciben la visita de Abdúl, quien les muestra una carta escrita por
el padre, el mismo vengador del Rif:
en esta revela que él pudo conseguir el oro de la mina, pero nunca logró
encontrar la otra mitad del pergamino en la que se hallaba la historia de Los amantes de la arena. Para ello Abdúl
se hizo pasar por productor de cine: para encontrarse cara a cara con el hijo
del atávico enemigo del padre. Sin embargo, el tiempo puede borrar incluso las
peores ofensas, y este encuentro, pasados 92 años, no solamente permite reunir
las dos mitades del cuento, sino también apaciguar la situación para poner
punto y final a esta espiral de dolor, muerte, venganza, corrupción y traición.
Lo que
personalmente considero muy interesante en esta novela es la continua
referencia a los acontecimientos históricos y, sobre todo, a los medios de
comunicación que se encargan de referir, de manera precisa y objetiva, los
hechos tal y como aparecen. El artículo de periódico presentado en la página
91, por ejemplo, resulta una clara muestra de “manipulación de acontecimientos”
para justificar sus propios fines. En pocas palabras, se echa exclusivamente la
culpa de los ataques a “los cabileños del Rif, que siguen atacando día y noche
a los soldados españoles” aduciendo, de este modo, la presunta exculpación de los
europeos: “de no ser así, será lógicamente el ejército español que deba
reprimir a los levantiscos (…) llegando tropas españolas mientras la seguridad
de nuestros ciudadanos y nuestros intereses mineros están en juego” e, incluso,
lanzando el espectro de la sospecha sobre Marruecos: “¿cumplirá el sultán de
Marruecos las obligaciones?” Dado que el autor podría haber omitido este
artículo, creo que ha decidido adjuntarlo precisamente para que los lectores se
fijaran en un asunto fundamental: los medios de comunicación presentaban la
guerra en Marruecos como algo inevitable, ineludible, la “embellecían” para que
resultase heroica, para convencer a la sociedad de que se trataba de un evento
beneficioso para todos, y así se ha hecho con todos los sucesos históricos. La
historia, entonces, está escrita por gente movida por intereses distintos. De
ahí extraemos una gran enseñanza: la necesidad de informarse y razonar cuando nos
presentan eventos históricos, de desarrollar un espíritu crítico que permita
tener la mente abierta y valorar todas las posibilidades, escuchar todas las
voces, salir de perspectiva unívoca que nos ofrecen.
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